Columna de Pablo Ortúzar: ChiLitio lindo y querido
El libro The New Map: Energy, Climate and the Clash of Nations (2ª ed. 2021), de Daniel Yergin, constituye una gran introducción a la geopolítica energética. Su lectura, por ejemplo, hace evidente que a China le conviene un debilitamiento de Rusia producto de la guerra en Ucrania por dos razones: la primera es que eso consolidaría a China como el mayor (y, debido a las sanciones, casi único) comprador del gas y el petróleo rusos. La segunda es que la decadencia rusa les haría perder influencia en aquellos países del oriente próximo, que son cruciales para los planes chinos de un gran corredor de manufacturas y materias primas entre China y Europa (la famosa “Ruta de la seda”). El libro de Yergin también entrega antecedentes que hacen lógico que China busque estos objetivos sin romper relaciones con Rusia: les sirve mucho más como un socio débil que como un examigo resentido. Los costos energéticos del quiebre serían, además, demasiado altos. Y ningún país occidental tomará medidas serias contra China por declararse neutral.
La descripción que hace Yergin de los objetivos y estrategias titánicas de los grandes jugadores globales resulta, a la vez, aterradora y apasionante. Y ambas emociones se amplifican cuando, en el epílogo del libro, el autor destaca que los objetivos de carbono 0 para los años 2035-2050 de las principales economías multiplicarán varias (miles de) veces el consumo mundial de una serie de metales. Entre ellos, el cobre, el litio, las tierras raras, el cobalto y el níquel. ¡Buenas noticias para Chile! Tenemos cobre, litio y tierras raras (aunque el proyecto para explotarlas en el Biobío está detenido). Cobalto y níquel buscamos (en la medida en que su precio suba, su recuperación se hará rentable. Y, cuento aparte, ojo con el hidrógeno).
Las malas noticias vienen después. Estados Unidos y China, en su nueva relación de “competencia estratégica”, consideran fundamental no sólo comprar estos recursos en algún lado, sino asegurar las cadenas de suministro de ellos para sus industrias. Esto es lógico, porque los billonarios aparatos de producción y distribución que están montando no pueden depender de que “ojalá que haiga” tal o cual materia prima. Sin embargo, la disputa por la seguridad de suministros entre las potencias mundiales pone a nuestro país bajo una enorme presión de intereses internacionales. Tal desafío sería fuente de motivación, organización y acuerdos en un país sano. Estaríamos discutiendo cómo aprovechar este aparente nuevo superciclo de materias primas para lograr objetivos estratégicos, como terminar con el analfabetismo funcional, diversificar la economía o consolidar nuestras clases medias. Pero nuestra democracia no goza de buena salud y lo que prima es un “sálvese el que pueda”, corazón de todos los escándalos de corrupción.
Luego de 10 años de flotar en la calma chicha del estancamiento, se anuncian fuertes vientos en la economía mundial que podríamos utilizar para buscar ambiciosos objetivos comunes. Pero las condiciones de nuestra embarcación son lamentables: la lucha brutal entre élites de izquierda y derecha por “hundirle el barco al otro” ha terminado por dañar su estructura al punto que algo de viento podría zozobrarlo en vez de impulsarlo.
¿Qué les pasa a los países débiles y despelotados que son dueños de bienes codiciados por superpotencias? Nada bueno. Un país serio y sólido ofrece seguridades por sí mismo a un país reventado se le imponen como sea desde afuera. Cada una de nuestras características autodestructivas será explotada por los poderes que desean controlar estos recursos, hasta tenernos en el bolsillo. Nuestra única esperanza para mantener un margen en el manejo de nuestro destino es recuperar el orden público, el Estado de Derecho y cierto sentido común de unidad de propósito. Es distinto negociar como país chico, pero ordenado, inteligente y digno, que como nación chatarra, repartida a la chuña. El megapuerto chino en Chancay, Perú, comenzará a operar a fines del 2024. Acá, en Chile, vamos por un segundo gobierno acabado antes de la mitad del mandato. Nuestro debate constitucional está en curso, pero ya nadie parece interesado. El reloj geopolítico corre inexorable.
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