Columna de Pablo Ortúzar: “Cuentitución y tonteo”
La Constitución Soviética de 1936 fue dictada en medio del proceso de purgas a través de las cuales Stalin se deshizo, utilizando farsas judiciales, de todo contrapeso político. Sin embargo, es un manjar de derechos civiles, políticos y sociales. Dieciséis de sus 146 artículos, reunidos en su capítulo 10, se dedican a los derechos y deberes de los ciudadanos. Los invito a leerlos en marxists.org. Están todas las libertades fundamentales de cualquier Constitución liberal, pero con un Estado garante y proveedor de cuanta maravilla existe: vacaciones, pensiones dignas, trabajo bien pagado, universidad gratis, igualdad de género, salud gratis. Imagine un derecho y ahí está.
También pueden revisar la Constitución “Bolivariana” de Venezuela (1999). Son hoy 350 artículos de los cuales 86 fijan derechos (capítulos 3 a 9) y seis fijan deberes (capítulo 10). Leyéndola uno pensaría que quizás los venezolanos que cruzan desesperados nuestra frontera no saben lo que se están perdiendo. Tal vez el embajador chavista debería haberle leído este canto a la vida y al amor a sus compatriotas que preferían quedarse en Iquique a dormir en la calle en medio de un clima tenso y agresivo, antes que volver a Caracas -en una de esas hasta acompañados del simpático Jadue- en alguno de los pocos vuelos que siguen recorriendo la ruta hacia esa capital de la dignidad humana.
Mirar este par de textos debería convencer a cualquiera de la relativa poca relevancia de las declaraciones de derechos en una Constitución. Esto, porque declaran meras intenciones que pueden ni siquiera ser honestas. La verdad de una Constitución se encuentra en su diseño político: es la forma en que se organiza el poder la que determina su eficacia, por un lado, y su distribución, por otro. Si el poder se desmembra hasta el infinito en microfederalismos y plurinacionalismos, mandarán las mafias locales. La amenaza, en ese escenario, es la anomia. Si el poder, en cambio, se concentra en un sólo punto, al grado de que el agente que llegue a él puede patear la escalera a todo contendor futuro, estamos frente a la amenaza de tiranía. Una combinación banana de ambos diseños es uno donde el poder del gobierno es sólo uno mayor dentro de una pluralidad de mafias (como en Venezuela, justamente).
Algo similar ocurre con la Constitución económica: si ella genera trabas infinitas a la vida económica, es una receta segura para el predominio de la informalidad y el mercado negro. Si ella, en cambio, pretende concentrar toda la capacidad posible en el Estado, entonces el riesgo de que a la disidencia política se le niegue el trabajo, la subsistencia y el acceso a bienes básicos sube exponencialmente. Es peligroso disentir en un país donde hay un solo empleador, o donde el que manda puede encontrar siempre la forma de dejarte en la calle. Por último, si ella no genera incentivos ni para el crecimiento ni para la inversión, todo el declareo de derechos se vuelve cosa huera: asegurar un derecho sin respaldo económico, como ilustra Juan Luis Guerra, es como tratar de cruzar el Niágara en bicicleta.
Que tantos convencionales chilenos pretendan, entonces, usar la lista de derechos aprobada esta semana como gancho comercial para hacer campaña al texto constitucional es bastante vergonzoso. Ellos saben que nada se juega ahí. Por eso, Bassa recurre a arjonadas para tratar de explicar la importancia del listado. Detrás de esta pretensión está la idea, ampliamente asentada en nuestra nueva élite progresista, de que la gente es tonta. Por eso también atribuyen el crecimiento del Rechazo a que los medios estarían manipulando a los pobrecitos tontorrones. Y creen que con la lista pascuera y una campaña mediática el problema se acaba. El ministro Jackson, que insiste en atar al gobierno al peso muerto de la Convención, es de esta misma idea: crece el Rechazo porque la gente no sabe, no entiende. Hay que explicarle con manzanitas.
Sin embargo, lo cierto es que la mayoría sabe que lo importante son el régimen político y el económico. Y en ambos la Convención parece tener problemas muy graves. El que no me crea, que lea lo que llevan aprobado en leelanuevaconstitucion.cl y siga el debate sobre el sistema político. Tampoco hace mal leer la Constitución realmente vigente hoy (2005 más reformas) y comparar ambos diseños. Cuesta creer que la ilusión del 80% del país terminara en algo tan mal hecho. Y también que, tal como nos mostró la Comisión de Medio Ambiente y sus matones, la cosa podría ser incluso peor.
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