Columna de Pablo Ortúzar: Después del octubrismo
La antigua Concertación fue la coalición de gobierno más exitosa de la historia del siglo XX chileno, y no lo fue por coincidencia. Su materia prima, en buena medida, fueron personalidades de izquierda marcadas por el traumático fracaso del proyecto de la Unidad Popular. Los terribles rostros de la derrota, la dictadura y el exilio los llevaron a concentrarse y disciplinarse en torno a las funciones más básicas y fundamentales del Estado. Las mismas que el gobierno de Allende había descuidado, muchas veces, hasta la negligencia. Se obligaron a aprender economía, defensa, geopolítica, gestión, seguridad, administración. “Meneyemen y contabiliti”, como alegaba durante las protestas dosmileras un estudiante de historia de la Chile que había irrumpido por la fuerza en un Concejo Universitario.
La política democrática tiene una falla estructural. Los partidos, para gobernar de manera eficiente, requieren capacidad reflexiva: deben ser capaces de procesar la complejidad social y convertirla en visiones, propuestas y programas. Pero nadie piensa mientras gobierna, porque gobernar es ejecutar. Es lejos del poder que se puede pensar. Sin embargo, la disputa permanente por el poder hace también difícil reflexionar cuando no se está en él, porque la lucha por recuperarlo es también ejecución incesante. Luego, la bancarrota intelectual e ideológica se hace muy probable entre las orgánicas en disputa. Es cosa de ver el estado lamentable de nuestros partidos, con los que casi nadie se identifica.
Fue este ciclo negativo incesante el que la Concertación tuvo la oportunidad de esquivar, ya que la actividad política formal estaba suspendida. Y sacaron gran provecho de ello.
La historia del Frente Amplio, en cambio, repite muchos de los errores de la Unidad Popular: intelectualismo burgués, desprecio por la legalidad, desinterés por la economía y negligencia en la administración. Sus referentes ideológicos internacionales fueron Zizek, Mangabeira Unger, Mouffe y Laclau. A nivel nacional, Carlos Ruiz Encina y Fernando Atria. Prácticamente nadie entre sus filas les entró a picar a los temas difíciles. Incluso sus mejores técnicos, como el ministro Nicolás Grau, no han mostrado genuina pasión por la práctica. Y la ola de activismos posmodernos terminó por sepultar casi por completo esa posibilidad.
Pero la derrota brutal del 4 de septiembre de 2022 les entregó una nueva oportunidad. Y los últimos ciclos municipales les han entregado dirigencias a la altura de esa puerta que se abre: Claudio Castro en Renca y Tomás Vodanovic en Maipú. Dos liderazgos moderados y trabajadores que van en contra de la corriente radical y superficial que dominó hasta el 4S en su coalición.
Ambos alcaldes podrían, razonablemente, soñar con escalar su operación desde los municipios hacia el Estado. Pero lo que no tienen Castro o Vodanovic detrás son equipos similares a los que fue conformando la Concertación. Gente capaz metida en los temas importantes. Y es lo que necesitan desesperadamente si quieren en verdad soñar con un ejercicio presidencial exitoso.
La ventaja que tienen a la vista es que todo indica que el Frente Amplio perderá el gobierno en las próximas elecciones. Y eso les da una oportunidad dorada: tiempo para pensar, estudiar y formarse. Tiempo para levantar algo que se parezca al Cieplan. En otras palabras: el escenario para la renovación política e intelectual del Frente Amplio se ve notablemente cercano. La pregunta es si podrán aprovecharla.
El Presidente Gabriel Boric, frente a este escenario, quizás pueda comenzar a crear las condiciones para que, pasado su mandato, el tiempo lejos del poder sea bien aprovechado por sus seguidores.
Una izquierda renovada, seria y democrática, conducida por líderes pragmáticos y populares, podría hacerle un enorme bien al país. Y sacarle trote a la derecha, que mucho lo necesita. Recuperar la esperanza en un Chile futuro próspero y justo sin duda necesita de algo así. Ojalá el Frente Amplio sea capaz de verlo.