Columna de Pablo Ortúzar: El criminal peligroso no es un ciudadano

La competencia a nivel de la clase dirigente por mostrar indignación y odio contra los malhechores no sirve para nada. Eso deberían dejárselo a los matinales. La gracia de las élites eficaces es su alta racionalidad, realismo y capacidad de trabajo y articulación mezclada con cierto nivel de falta de escrúpulos al momento de defender el orden público.
El gobierno, a propósito de su tercer aniversario en el poder el martes pasado, tenía preparado un despliegue en torno a la minuta de “normalización, crecimiento y optimismo”, que terminó yéndose por la borda gracias a una mezcla de renuncias por escándalos, ola de crímenes espantosos y la noticia de las absurdas exigencias del seremi del Medio Ambiente, preocupado por resguardar en jardines japoneses arácnidos y cucarachas, lo que entorpece la construcción de un nuevo Hospital del Cáncer en un contexto donde la gente muere esperando tratamiento.
Hasta ahí llegó la normalización. Y, con el audio de fondo de la mujer en Graneros pidiendo auxilio poco antes de ser acribillada junto a su esposo, el ánimo general se volvió comprensiblemente vindicativo. No hay un ciudadano honesto en Chile que no quiera ver a estos criminales aplastados. Sin embargo, ese sentimiento terminó traduciéndose, a nivel del debate político, en una discusión respecto de la justificación de la pena de muerte que es siempre interesante, porque permite contrastar sistemas éticos, pero altamente estéril, porque, además de ser improbable traerla de vuelta, se aplicaría a casos muy específicos y no cambiaría en nada el panorama delictual que enfrentamos. Es perder pólvora en gallinazos.
La competencia a nivel de la clase dirigente por mostrar indignación y odio contra los malhechores no sirve para nada. Eso deberían dejárselo a los matinales. La gracia de las élites eficaces es su alta racionalidad, realismo y capacidad de trabajo y articulación mezclada con cierto nivel de falta de escrúpulos al momento de defender el orden público. Winston Churchill es quizás el mejor ejemplo de algo así. Y la capacidad de control de la seguridad pública que él construyó dependía críticamente de tres factores: inteligencia -saber quién es el enemigo, qué hace, cuál es su modelo de negocios y ser capaz de vigilarlo-; capacidad de respuesta y control -contar con equipos policiales a la altura de las tareas a enfrentar y con un sistema carcelario capaz de administrar hasta el detalle la vida de los reclusos peligrosos-, y gatillo rápido y certero -poder darle siempre prioridad a la vida de los agentes y de los ciudadanos de bien por sobre la de los delincuentes-. El debate sobre la pena de muerte pierde bastante relevancia si casi ningún criminal que osa resistirse o enfrentarse a la fuerza pública llega con vida al banquillo de los acusados.
En todas estas dimensiones ha habido pequeños avances. La Ley Nain-Retamal probablemente sea el más importante entre ellos. Algunas cárceles también están en camino, aunque a un ritmo sofocante. Lo que necesitamos es consenso políticamente transversal y claridad de propósito para apretar el acelerador en lo que se refiere a construir más y mejores cárceles, poner cámaras en cada rincón, entrenar y armar no letalmente a los guardias municipales, fortalecer nuestras policías y dotarlas de leyes de uso de la fuerza funcionales a lo que enfrentan en la calle, crear un aparato de inteligencia a la altura de los peligros y desafíos que nos acechan, y reforzar nuestro derecho penal del enemigo para, efectivamente, poder enfrentar a los criminales peligrosos nacionales y extranjeros como enemigos públicos y no como ciudadanos infractores. Todo esto exige también un cambio de mentalidad judicial: el garantismo está bien para los ciudadanos que infrinjan la ley, pero a los criminales hay que juzgarlos por el peligro que representan para terceros, no meramente por su responsabilidad. La ciudadanía debe consolidarse como un conjunto demandante de privilegios y deberes sostenidos en la mutua lealtad, y no como algo de poca monta que cualquiera humilla a gusto. Esta ciudadanía exigente debe también ser entendida e incorporada por el migrante legal.
La lucha que viene será larga y costosa, y las cosas se pondrán peor antes de comenzar a mejorar. Al menos la crisis migratoria, que ha sido marco de fondo del alza del crimen organizado en Chile, probablemente va a recrudecer debido a las nuevas sanciones de Trump contra Venezuela y al reflujo de migrantes desde Estados Unidos. Pero contra la barbarie hay que mantener la cabeza fría y las manos a la obra.
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