Columna de Pablo Ortúzar: El experimento antineoliberal
La economista Mariana Mazzucato creció en un hogar italiano, pero en Estados Unidos. Toda su educación formal transcurrió en Norteamérica. Y eso explica, mucho mejor que una inverosímil falla de traducción, por qué habló positivamente de nuestro país como un experimento antineoliberal.
Y es que en “América” la idea del orden político e institucional como un experimento no causa ningún escozor. De hecho, es parte fundamental de su mito nacional: El Federalista abre afirmando que el destino parece haber reservado a los estadounidenses, “por su conducta y ejemplo”, la resolución de la pregunta “respecto a si las sociedades humanas son realmente capaces de establecer un buen gobierno mediante la reflexión y la elección, o si están condenadas a que sus constituciones políticas dependan de la fuerza y los accidentes”.
Una república de ciudadanos libres e iguales, portadores de derechos inalienables tales como la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, que lograra sostenerse y perdurar en vez de naufragar en el caos. Ese es el contenido del “gran experimento” iniciado por las 13 excolonias inglesas bajo la convicción, como canta el musical Hamilton, de que el mundo los observaba.
Lo lógico, por lo mismo, es que Mazzucato vea en su proyecto antineoliberal una continuación de ese “gran experimento”. Un paso más en el camino de la justicia y la libertad para todos. Y nuestro país, que fue por décadas el mejor alumno de Estados Unidos, probablemente le parece un excelente laboratorio. Nada distinto a Milton Friedman, que también se entendía a sí mismo como un promotor de los fundamentos de la libertad americana, y que igual que Mazzucato se jactaba de su disposición a colaborar con moros y cristianos para avanzar ese ideal (notoriamente, tras pasar por Chile partió a la China de Deng Xiaoping).
Sin embargo, hay cierto aspecto de nuestra realidad política que Mazzucato parece ignorar por completo: nuestra fragilidad institucional. En esto, haría bien en volver a sus raíces italianas, país donde la idea de “experimento social”, como en Chile, genera espanto y ceños fruncidos (casi tanto como pedir un capuchino en la tarde). Es distinto aconsejar a dictaduras institucionalmente eficaces, como la chilena o la china, que pretender empujar a sistemas democráticos débiles hacia proyectos de nicho grandilocuentes y altisonantes.
¿Se ha preocupado la economista de evaluar la capacidad institucional y política de los estados a los que pretende sacar tanto trote? ¿No ve el riesgo de fundirlos?
También es complicado el tema del “antineoliberalismo”. Mazzucato parece entender con ello un combate contra el “Estado mínimo” libertario, pero en Italia podría también encontrarse con la historia de lo que fue el “antiliberalismo”: el cajón de sastre donde los nihilistas apenas disimulados que incendiaron Europa (ver Martin Heidegger and European Nihilism, de Löwith) arrojaban todos los descontentos, malestares y problemas del mundo. La escuelita de cuadros del fascismo. ¿Será capaz de ver las coincidencias entre uno y otro? ¿No teme que Gottfried Feder se le aparezca un día en el espejo?
Mi punto, en suma, es que hay que tener cuidado con la frivolidad intelectual. Friedman aconsejó, sin grandes cuñas, a regímenes peligrosos y generó prosperidad. La lista de intelectuales primermundistas que colaboran pomposamente en convertir democracias débiles en regímenes peligrosos, para luego lavarse las manos y trasladar su exotismo, es mucho más extensa.
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