Columna de Pablo Ortúzar: Grooming político
La adolescencia es un proceso de base biológica, hormonal, que abarca alrededor de una década, entre los 10 y los 20 años de edad. Es una etapa de cambios físicos acelerados, que involucra una progresiva maduración sexual, cognitiva y emocional. Culturalmente, para nosotros, representa la antesala de la adultez, una preparación bajo tutela para asumir plenamente responsabilidades respecto de uno mismo y de otros.
Un ejemplo claro de las complejidades de esta etapa y los límites de las expectativas de comportamiento responsable que podemos tener en relación a los adolescentes lo ha entregado la actual pandemia. En casi todo el mundo los grandes brotes del virus estuvieron asociados a conductas de riesgo por parte de jóvenes pertenecientes a dicho segmento. Esto llegó a tal punto que, en varios países, se tuvieron que generar reglas específicas para ellos, intentando contener el peligro. Lo que quedó claro es que no corresponde esperar de jóvenes en esa edad una conducta igualmente responsable que la de un adulto.
Cuando se pretende “valorizar” al adolescente entregándole cada vez más temprano responsabilidades adultas, como el voto -según propone el PC-, lo que se está realmente haciendo es destruir la adolescencia como etapa de transición culturalmente delimitada, junto con sus ritos de paso. Lejos de tratarse de un reconocimiento, entonces, es una forma de deshacernos de los límites y responsabilidades que distinguen la adolescencia de la adultez. Es un acto por el cual el adulto renuncia a sus responsabilidades respecto del joven, generando expectativas de conducta que no deberían acompañar esa etapa vital.
¿Por qué los comunistas, entonces, proponen algo así? La adulación maliciosa e interesada de los adolescentes por parte de adultos es un fenómeno antiguo. El diálogo Cármides de Platón entrega una idea. Hoy se denomina “grooming” al delito de ganarse la confianza de menores de edad para luego acosarlos sexualmente. Pero no sólo con fines sexuales es que los adultos simulan interés y amistad por los menores.
El interés económico ha sido una fuerza implacable en lo que toca a adular a los jóvenes y diluir las responsabilidades de los adultos. Una gran tajada de la publicidad se dedica a explotar lisonjeramente la inseguridad juvenil, y otra gran tajada a promover inseguridades y conductas juveniles entre los adultos.
La ambición política, por otro lado, no se queda atrás. La juventud manipulable y con poca aversión al riesgo siempre ha sido un capital explotado con fines ideológicos, especialmente por los grupos más extremos, afines al temperamento juvenil. Los portadores de antorchas en Chacarillas y los de armas en el FPMR dan cuenta de ello.
Una de las principales herramientas para luchar por la civilización, en contra de la fuerza corrosiva del poder político y económico, es la estructuración del ciclo vital en etapas demarcadas por rituales de paso, que conllevan responsabilidades intergeneracionales. Si no existen dichas estructuras y todo se diluye en todo, lo que termina mandando es la fuerza. El voto, en ese contexto, no es un dulce a repartir ni una mercancía. Es una responsabilidad adulta, que deberíamos tomarnos todos más en serio.
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