Columna de Pablo Ortúzar: La guerra de los patines

Frete Amplio


Hace poco el profesor Carlos Peña afirmaba en una entrevista que los partidos políticos en el capitalismo avanzado ya no estaban anclados en grupos o clases sociales específicos con intereses claros, pues dichos colectivos ya no existían ni en sí ni para sí. Esta carencia de “sujeto histórico”, en general, es real, y es parte de lo que explica la sostenida decadencia de todos los partidos políticos en Chile. Hoy la DC no tiene campesinos, el PC no tiene obreros, la UDI no tiene pobladores, RN no tiene terratenientes y los radicales no tienen una clase media ilustrada. Y ningún partido hace ya ni el esfuerzo por articular grandes visiones del bien común, que intenten justificar la preeminencia y universalidad de los intereses de su grupo de referencia.

Sin embargo, el Frente Amplio tiene elementos particulares que lo hacen una excepción parcial a la regla: si bien no tiene un discurso general sobre el bien común -a lo más llega al eslogan de sumar “todas las luchas” sin jamás hacer un esfuerzo por articularlas en serio-, sí están anclados en un “sujeto histórico”: el estudiantado secundario y, principalmente, universitario. El Frente Amplio es la élite política del movimiento estudiantil, marcado por intereses comunes derivados de la masificación del acceso a la educación superior en base a deudas, que luego de alcanzar cierta magnitud genera demandas por gratuidad y condonación de las deudas pasadas.

El visionario detrás de esta opción preferencial es el sociólogo Carlos Ruiz Encina, que justamente abandona el MIR buscando al nuevo “sujeto histórico” y cree encontrarlo, después de muchas vueltas y desde la Surda, en las universidades. Algo así como comprar bitcoins el 2010. De ahí vienen todas las vertientes del autonomismo, y también el Presidente Boric. Ruiz lo vio venir. El CAE se lo regaló, la gratuidad se lo confirmó. La derecha nunca pensó que el negocio universitario tendría este efecto político, y la Concertación jamás imaginó que los estudiantes a los que “abrieron las puertas a la educación superior” los iban a terminar desalojando a ellos mismos desde La Moneda.

Pero la historia no necesariamente termina ahí. Resulta que el sujeto estudiantil es particularmente complejo y veleidoso. Es cierto que en la mayoría de las facultades de casi todas las Ues está instalada entre profesores y estudiantes una cultura progresista radical. Pero también es cierto que la aspiración profesional busca sus propios caminos, y un país inseguro y económicamente estancado no es atractivo para aquellos cuya máxima aspiración es una vida próspera y tranquila. La promesa del perdonazo -ya reventada- y la esperanza de una peguita estatal o paraestatal en un país donde te matan por un celular o una bicicleta ya no suena tan atractiva. Incluso suena mejor estar endeudado en un país donde la economía te permita ganar lo suficiente para pagar esas deudas y vivir relativamente en paz.

Ahí tiene necesariamente que apuntar la centroderecha. A disputarle el sujeto estudiantil al Frente Amplio. A delinear una promesa de seguridad y prosperidad creíble para las clases medias que ven en el cartón profesional la llave maestra para el propio progreso. A levantar una contraélite universitaria capaz de romper el estancamiento político de los campus. Y el triunfo de Solidaridad en la FEUC se dirige justamente en esa dirección, mientras la FECH enmudece tragada por su propio radicalismo sin destino.

Lo mismo vale para la educación secundaria: quizás es momento de evaluar cerrar los liceos emblemáticos por un par de años, partiendo por el INBA y el Nacional, y resetearlos a sus viejas glorias con un cuerpo directivo y docente de excelencia y un estudiantado seleccionado con pinzas. Detener la decadencia y utilizar la estrategia del Fénix: que del incendio nihilista de hoy resurjan la grandeza y el propósito de ayer.

La renovación del Frente Amplio ha sido demasiado lenta en el plano educativo: insisten ahí en nivelar hacia abajo, apelando a la esperanza de los que quieren subir bajando al resto. Pero siempre está latente la alternativa de subir ascendiendo. Y hay momentos en que priman las ganas de tener patines por sobre las de quitárselos al resto.

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