Columna de Pablo Ortúzar: Lobos y ovejas

Exalumna de Colegio Cumbres denunció abuso sexual en contra de Legionarios de Cristo
Exalumna de Colegio Cumbres denunció abuso sexual en contra de Legionarios de Cristo


La semana pasada se filtró a los medios y las redes sociales la demanda de una joven en contra de la Sociedad de Vida Apostólica Consagradas del Regnum Christi, vinculada a los Legionarios de Cristo. El mismo texto pide reserva respecto de los hechos y a la identidad de la víctima, así como el juicio en curso exige presunción de inocencia -como todo proceso judicial-, por lo que no profundizaré en el caso. Sin embargo, los actos imputados parten el corazón a cualquiera, pero especialmente a un cristiano. De ser probados, eso sí, no resultarían novedosos: replican la misma maquinaria satánica de sometimiento, humillación, abuso y encubrimiento que hemos visto operar tantas veces, mezclada con la lenidad de la justicia vaticana.

Los católicos hemos encontrado explicación a este tipo de hechos en la parábola del trigo y la cizaña combinada, a su vez, con la intuición básica de que la acción demoníaca probablemente ha de ser más intensa allí donde más daño le hace a Cristo. Es decir, en el seno de la Iglesia. La imagen que ambas nociones nos dejan es la de una comunidad donde lo mejor y lo peor de la humanidad se van a encontrar necesariamente. Pero pareciera que en muchas latitudes la gente mejor es la que está sacando la peor parte.

Por otro lado, si sabemos que la Iglesia atrae con especial intensidad a corderos y lobos, lo lógico sería tener mecanismos para identificar y lidiar rápidamente con los lobos. La parábola del trigo y la cizaña, después de todo, se refiere a la humanidad en general y al juicio final. Pero no invita a la inmovilidad secular. La Iglesia tiene una dimensión sobrenatural, pero también existe en el mundo. Y, en el mundo, debe tratar de cobijar lo mejor posible a la comunidad peregrina de salvación cristiana. Y eso significa agotar recursos estratégicos, materiales, políticos e institucionales para cumplir con su función.

Muchas veces tenemos miedo de discutir estos asuntos en público. Los cristianos nacen como comunidades perseguidas y el temor al retorno de la persecución pagana -no sin motivo- está siempre presente. La ropa sucia, entonces, se debe lavar en casa. Los primeros seguidores de Cristo, lo sabemos, no acudían a los tribunales paganos salvo casos excepcionales, para no exponer a la comunidad y para no recibir justicia en nombre de dioses ajenos. Sin embargo, el mismo Pablo de Tarso, que llama a arreglar lo que se pueda arreglar entre cristianos, advierte que la espada secular no es blandida por la autoridad en vano. Que los poderes instituidos de este mundo tienen un rol en la economía de salvación divina. Jesús, después de todo y siguiendo la tradición judía, le señaló a Poncio Pilato que todo su poder, que era el del Imperio, tenía origen divino.

La subsidiariedad, entonces, es una lógica institucional que los cristianos debemos tratar de usar en favor de los corderos y en contra de los lobos al interior de la Iglesia. El poder de los medios de comunicación y el poder del Estado moderno y sus aparatos de justicia no son sólo potenciales amenazas, sino también potenciales aliados. Sociedad civil y Estado, en su mejor versión, se sostienen y limitan mutuamente.

La Iglesia de los primeros tiempos no vivió su vida retraída y escondida. Ocupó el espacio público y trató de usar los medios temporales existentes para crecer y consolidarse, pero sabiendo que no era de popularidad, riqueza y poder que estaba hecho el Reino. Esto los llevó al pragmatismo en el uso de los recursos y en sus relaciones con las autoridades: todo lo que fortaleciera a la comunidad era bienvenido, pero cuidando de no generar lazos de dependencia. Y sabiendo también que el oleaje podía cambiar en cualquier momento.

Hoy, muchos de los principales enemigos de la comunidad de salvación se encuentran en su interior. Y eso exige tratar de utilizar la espada temporal para debilitarlos lo suficiente como para que los corderos puedan reagruparse y fortalecerse. Es un remedio duro, pero necesario. Es una batalla no por salvar la Iglesia, que es indestructible, sino por ayudar a muchos peregrinos que están siendo maltratados y abusados. No puede ser que con la excusa de evitar debilitar la institución, la dejemos a merced de depredadores.

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