Columna de Pablo Ortúzar: Memorias cercanas
Entre 2002 y 2012 Chile creció, en promedio, un 11% anual. Entre 2012 y 2022, crecimos a un 1% promedio anual. Vaya que han enflaquecido las vacas. Cuando las economistas Alejandra Mizala y Pilar Romaguera calcularon, el año 2002, la brecha de ingresos entre aquellos con y sin título profesional entre 1990 y el 2000, esta sólo había aumentado, mientras que el desempleo de los profesionales se había mantenido notablemente bajo. Obtener un cartón se veía como un negocio redondo. Cuando el Crédito con Aval del Estado (CAE) fue establecido en 2005, estábamos creciendo al 5,8% anual. El 2011 -cuando muchos de sus primeros beneficiarios terminaban los cinco años de estudio- todavía íbamos al 6,3%. Un año después, luego de las protestas que llevaron al estrellato a nuestros actuales gobernantes, el escenario económico no pintaba bien y el interés del crédito fue bajado de un 6% a un 2%. Entre 2013 y 2014, en tanto, el número de profesionales universitarios desempleados creció un 26,5%, llegando a los 102.290. Para 2017 habían aumentado en un 40% en relación a 2013. Y el 2019, poco antes del estallido, los profesionales universitarios sin trabajo habían llegado a ser 158.330.
El caso farmacias comienza el 2008, el de La Polar es del 2010. Ese mismo año estalla el caso Karadima. El caso de la colusión de los pollos es de 2011 y el caso Universidad del Mar es del 2012. El caso cascadas es del 2013, el caso Penta es del 2014 y el caso del papel confort es del 2015. El mismo año comienza el caso SQM, que involucra acusaciones de cohecho, tráfico de influencias y financiamiento ilegal de la política. También el 2015, además del caso Caval, estalla el caso de fraude al Fisco detectado en algunos miembros del Alto Mando del Ejército. El caso de malversación de fondos públicos por miembros del Alto Mando de Carabineros comenzó a ser investigado en 2016. El caso Renato Poblete es del año 2019.
El tiempo que corre entre el 2012 y el 2019 es uno de intensa precarización de las unidades domésticas de clase media, así como de progresiva desesperanza. Los casos escandalosos de corrupción en altos puestos parecen indicar que no es el mérito, sino la falta de vergüenza y escrúpulos lo que distribuye las posiciones sociales. Y si cruzar el umbral universitario, aunque fuera con deudas, no llevaba a una vida tranquila y digna, ¿dónde estaba la salida? ¿Era otra estafa? La alteración psíquica colectiva del estallido social, con su inversión de los valores, fue un reflejo de una gran crisis existencial. Lejos de ser extraterrestre, el fenómeno experimentado fue algo muy humano. Así se ve cuando a una sociedad se le rompe el corazón.
Llevamos desde entonces girando en círculos, conducidos por una clase política extraviada. Dos bandos cada vez más extremos y absurdos, arriba del mismo bote, obsesionados con hundirle el bote al otro. Una Convención fallida que destilaba un odio retorcido contra la patria, y otra que, tratando de exorcizar ese mal, se tienta de constitucionalizar rodeo, exenciones tributarias y sistema previsional. Frente a cualquier reclamo, cada lote responde: ¿Y cómo el otro?
Después está el Presidente, que intenta monopolizar y monetizar la memoria de 1973, reescribiendo desde la ignorancia lo que no le calce. Un festín de lugares comunes, errores y gustitos facciosos. A cada vuelta de chaqueta le sigue un gesto arrogante, y a cada arrogancia, un llamado al diálogo. ¿Al diálogo con quién? ¿Cómo y sobre qué se dialoga con un gobierno caleidoscópico?
Esta conmemoración malagestada del Golpe, la verdad, parece interesar poco y nada fuera de algunos círculos de la élite. Y es que cuando todo parece ir mal en el presente, son pocos los que quieren remontarse a sufrimientos de hace medio siglo. La mente busca descanso, recuerdos felices. Hace 25 años fuimos a Francia 98. Hace 11 años todavía crecíamos al 6% y la promesa del mérito no agonizaba. En el desierto actual nos invade algo de nostalgia (vuelven, quizás por eso, la televisión y algunos productos noventeros). Pero el pasado nunca retorna. Y tenemos que ser capaces de enfrentar el futuro con propósitos comunes y darle forma. Ya hemos perdido demasiado tiempo.