Columna de Pablo Ortúzar: Reconstrucción
La insistencia del gobierno en monopolizar y capitalizar el relato sobre los 50 años del Golpe de Estado de 1973 ha arrastrado a nuestra élite política hacia una total dislocación respecto de la realidad del país, justamente mientras lluvias torrenciales han dañado el sustento vital de miles de compatriotas. La grieta entre la clase que vive de los discursos -en la que me incluyo- y la que vive de hacer cosas en el mundo se ha estrechado hasta la pérdida de visibilidad. La clase universitaria que nos gobierna -la clase que pretende reeducar y rediseñar el mundo desde los valores y la mirada que predominan en los campus- ha radicalizado el fenómeno que se supone que venía a superar (la desconexión, el “no verlo venir” de las élites).
La nueva izquierda alimenta ahora dos sombras que crecen sobre ella. Una es la de Pinochet. Como ha señalado Cristián Valdivieso, director de Criteria, la imagen del general vuelve, aunque de manera poco específica, para representar el deseo de orden, seguridad y prosperidad económica que se propaga entre los hogares cansados de la delincuencia y el estancamiento material. Y si bien la memoria altamente selectiva de nuestros dirigentes quizás no alcanza a verlo, el recrudecimiento de esa delincuencia, su momento de mayor tolerancia y pérdida de control, está relacionada con octubre y el octubrismo. Es decir, con la justificación del violentismo destructivo con tal de buscar un bien mayor (llegar al poder). La filosofía política de buena parte de quienes moran hoy en La Moneda. Los mismos que se muestran compungidos por la destrucción que ese edificio sufrió un 11 de septiembre hace 50 años, pero que les importó un bledo ver arder el país por los cuatro costados durante semanas el 2019, con tremendas pérdidas materiales y humanas. Los “son sólo cosas”. ¿Nunca pensaron que el caos que aplaudían levantaría el fantasma de Pinochet desde su cripta? Ahora lo saben.
La segunda sombra que crece sobre la izquierda es la de Piñera. El mismo que trataron de identificar con Pinochet en base a nada, chambonada que terminó con el Presidente Boric -que en campaña quería perseguirlo por su supuesta responsabilidad en delitos de lesa humanidad- invitándolo a viajar juntos hacia ese lugar sin límites que es Paraguay. Piñera, el presidente democrático que el Partido Comunista -según las gravísimas declaraciones de Sergio Micco- intentó derribar desde la calle, usando al INDH como ariete. Uno de los peores administradores políticos de la realidad del país, pero el mejor gerente del Estado chileno, como atestiguan la reconstrucción luego del terremoto del 2010, el famoso rescate de los mineros, la reacción frente a los aluviones en el norte de 2019 y la gestión de la pandemia.
La gestión de la nueva catástrofe enfrentada por las regiones de O’Higgins, Ñuble, Maule y Biobío dejará expuesta la capacidad operativa y ejecutiva del actual gobierno. Algo similar le ocurrió al gobierno de Bachelet el 2015, con los aluviones sufridos en la Región de Antofagasta y la posterior reconstrucción, y la evaluación fue negativa. La velocidad y calidad de la reconstrucción posterremoto y tsunami del 2010 sigue fijando un estándar superior.
Piñera y Pinochet, combinados, representan todas las carencias de la izquierda: mano dura, orden, seguridad, crecimiento económico y capacidad de gestión. Y ya que la izquierda octubrista -con su bis en la Convención Constitucional- mostró un compromiso a lo más instrumental con la democracia y los derechos humanos, sumado a los escándalos de corrupción recientes que los han arrojado desde su pequeño caballo de superioridad moral, lo que termina quedándoles en el plato para ofrecer es bastante poco.
Por el bien de Chile, es hora de que la nueva izquierda salga de su zona de comodidad, deje la universidad y se ponga a entrenar hasta dominar los aspectos de gobierno en que son demasiado débiles. Sólo entrenando duro se puede aprender y mejorar. Algo de eso han hecho desde llegar al poder, pero se requiere un esfuerzo más claro y de mayor propósito. No puede ser que orden público, crecimiento y gestión del Estado sigan siendo temas de derecha. Es suicida, y el pasado no vendrá a salvarlos.
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