Columna de Pablo Ortúzar: Sobran huevos de Pascua

Vía Crucis en el marco de  Semana Santa  29/03/2024


Entre el 5 de marzo (Miércoles de Ceniza) y el 13 de abril (Domingo de Ramos) muchos cristianos celebrarán la Cuaresma, que rememora los 40 días de preparación espiritual de Jesús en el desierto. Esta culmina con la Semana Santa, que correrá del 14 al 20 de abril (Domingo de Resurrección), que rememora la entrada de Jesús en Jerusalén y su posterior pasión y muerte.

La Cuaresma es, mirada de lejos, una celebración extraña, pues reúne la etapa exactamente previa al inicio del ministerio público de Jesús con la semana final de ese ministerio. Pero evaluado en mayor detalle, este movimiento hace mucho sentido: todas las tentaciones demoníacas del desierto volverán a hacerse presentes en la etapa final, y más dura, de la vida de Jesús.

¿Qué pasó en el desierto? Luego de 40 días de ayuno, Jesús tiene hambre. Y, en ese estado de debilidad, es tentado por el demonio, quien lo desafía a convertir piedras en pan, a lo que Jesús contrapone el verbo divino: “No sólo de pan vive el hombre”. Luego el demonio lo lleva a Jerusalén, donde lo desafía a saltar de lo alto del templo para que lo rescaten los ángeles. Jesús le responde que no hay que poner a prueba a Dios. Finalmente, desde la cima de una montaña el demonio le muestra a Jesús todos los reinos del mundo y le dice que se los entregará si lo adora. Jesús lo rechaza y le dice que el mandato es sólo adorar a Dios. Luego de todo esto, como boxeador exitoso que vuelve golpeado a su esquina del cuadrilátero, Jesús es atendido y alimentado por ángeles.

El proceso vivido luego de su entrada triunfal a Jerusalén toca las mismas teclas: en cada etapa su poder absoluto es desafiado, abusado y humillado. Entra como Rey sobre un burrito, cumpliendo con la profecía de Zacarías, pero no tiene ninguna característica propia de un monarca de este mundo. No lo acompañan ni riquezas ni ejércitos. La última cena es en un sucuchito cualquiera. A Dios le pide, en el huerto de los olivos, “si es posible, aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”. Luego, a Poncio Pilatos le dice que si tiene autoridad sobre él, es sólo porque su Padre se la ha otorgado. Y, finalmente, es coronado con espinas, a modo de burla, y brutalmente crucificado. En sus momentos finales sufre intensamente y, en un punto, le pregunta a Dios por qué lo ha abandonado. Grita, también, que tiene sed, tal como tenía hambre en el desierto. Pero termina afirmando “todo está consumado” y lo último que dice es “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Luego de todo este horror, Jesús vuelve a su esquina, y resucita.

¿De qué se trata entonces la Cuaresma? En el plano personal, el llamado es a tomar distancia del mundo y de uno mismo. A hacernos fuertes asimilando que todo lo temporal es, por bueno o malo que sea, pasajero. La finalidad del ayuno no es agradar a Dios sufriendo, sino darle prioridad a la palabra divina y a la oración por sobre el pan. Domesticando, por esta vía, nuestras pasiones y apetitos, y abriéndonos a amar a los demás, aceptando el dolor que eso puede acarrear.

En el plano político, el mensaje de la Cuaresma y la Semana Santa es de un poder insuperable, de enormes consecuencias históricas: el Reino de Cristo no es de este mundo, y no se construye con los materiales de los reinos de este mundo. Jesús no es un Señor de los ejércitos. Dios es amor, y el amor, como dice Pablo, “no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad (…) todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. El amor puede hacer todo esto porque es más fuerte. Los poderes temporales, los altos cargos y las riquezas, conformados con precarios materiales, tienen una autoridad tan importante como limitada, sometida a la autoridad divina. Su función es servir, ser un instrumento de salvación, no abusar ni jactarse.

Algunos dirán que todo esto es obvio y cuento viejo. Pero basta mirar alrededor para notar no sólo la vigencia de este mensaje, sino su radicalidad, especialmente en un momento en que se ha perdido el respeto por toda autoridad, y quienes claman por soluciones supuestamente radicales a los problemas del mundo lo hacen apelando casi exclusivamente a la fuerza y a la violencia.

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