Columna de Pablo Ortúzar: Sueños de cartón
Las clases medias chilenas que prosperaron al alero de la modernización capitalista del país lo hicieron en un contexto de fragilidad y falta de seguridades vitales. Una enfermedad, un accidente o ser víctimas de un crimen podía devolverlas a la pobreza. Vivían, además, prestado: deudas que bicicleteaban deudas. Créditos de consumo que les permitían configurar su identidad a partir de las mercancías elegidas. Pero casi nada sólido como un bien de capital. Una vida dura, claramente, pero infinitamente mejor que la de sus padres y abuelos, que en su mayoría provenían de la pobreza engendrada por la migración campo-ciudad de la primera mitad del siglo XX.
La gran pregunta de la transición era qué venía luego. Cuál era la siguiente etapa de avances y mejoras. Era sólo razonable esperar que la generación siguiente se pegara un salto proporcional al de la anterior. Esa esperanza disciplinaba a las familias. Y todo apuntaba a que el gran portal a ese nuevo bienestar era la educación universitaria. El título profesional como una fuente de prestigio, posición e ingresos a la altura del nuevo estatus. Luego, el tema de cómo se regulaba el acceso a esos títulos era tremendamente delicado.
Por lo mismo, el Crédito con Aval del Estado (CAE) de 2005 es una de las políticas públicas más destructivas de nuestra historia. Generó un atajo hacia el cartón, pero sin el prestigio, la posición ni el retorno. Y un atajo caro, que endeudaba fuertemente al estudiante, degradando de entrada su posición en el mercado crediticio. El riesgo valía la pena solamente si la ganancia implicaba un salto de posición social hacia un modo de vida distinto al de la unidad doméstica de clase media. Pero muchos jamás llegaron al otro lado. Hoy son miles los profesionales frustrados y enojados con el sistema. Gente que fue la esperanza de un adelanto para sus familias y que vieron esa ilusión apagarse en los ojos de sus padres mientras fracasaban.
Ricardo Lagos era Presidente cuando se introdujo el CAE. Sergio Bitar, ministro de Educación. Lagos hoy sabe el error cometido, que compromete su legado histórico, por lo que ha tomado distancia de la política pública, señalando que fue culpa del Congreso su forma final, que no tomaba en cuenta la empleabilidad laboral de las carreras a la hora de otorgar el crédito. Hasta solidariza con los jóvenes endeudados, señalando que “fueron engañados, prácticamente”. Conmovedor, pero poco sostenible. El CAE, tal como quedó, fue celebrado con bombos y platillos por el gobierno de Lagos, y también por el empresariado. Era una torta con tajadas para todos, menos para los supuestos celebrados.
Como en política nadie sabe para quién trabaja, el CAE se convirtió en la joya de la corona de la estrategia frenteamplista para demoler y reemplazar a la Concertación. “Les vendieron las familias a los bancos”, gritaban. Pero, al mismo tiempo, la Nueva Izquierda se esforzó por convertir muchas facultades de ciencias sociales, educación, comunicaciones y humanidades -todas las con menor rentabilidad- en plazas fuertes y sobrematriculadas para la reproducción ideológica ampliada. Y los profesionales frustrados se volvieron sus principales clientes políticos. Egresado, maestro, estudiante: milite entera la universidad. Hoy el coqueteo con un impagable perdonazo opera como una brida para disciplinar y convocar a la clientela estudiantil, mientras la gratuidad las hace de fusta. El círculo se cierra con la invención de cargos con sueldos abundantes, como el de “asesores de género”, para egresados leales y sin mejores alternativas en el mundo privado. Gente que estará dispuesta a todo por mantener esa pega.
Los sueños de la clase media siguen quebrados, y hasta ahora nadie ha salido con una propuesta seria para reparar esa rajadura en el tejido social. Pero muchos se han beneficiado y aprovechado de ella. El sociólogo Peter Turchin, en su libro recién publicado End Times, argumenta que la sobreproducción de élites profesionales -y, por tanto, de profesionales frustrados- es una de las grandes amenazas para la estabilidad política de las democracias modernas. El Presidente Boric podría haberse comprado una copia en la feria del libro de Frankfurt.
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