Columna de Pablo Ortúzar: Todos íbamos a ser moderados
La discusión sobre el triunfo de la moderación política durante las últimas elecciones ha sido interesante. Es verdad que a los candidatos más visibles con discursos estridentes y agresivos les fue bastante mal. Sin embargo, destacan diversos analistas, mucho del discursito conciliador entre los triunfadores parece más bien falso, superficial y carente de correlato en la práctica. Y, además, no está claro que los votantes anden buscando algo así como el agua tibia, sino que más bien parecen estar cansados de la política escandalosa y estéril que ofrece puras peleas y ningún avance. Haciendo eco de esta idea, la vicepresidenta del PPD, Natalia Piergentili, propuso que más que un triunfo de la moderación, estábamos frente a un triunfo del “sentido común”.
Ahora bien, la moderación no tiene por qué definirse como mediocridad. Es decir, como una preferencia por soluciones intermedias por el hecho de ser intermedias. Si bien es una virtud difícil de asir, como muestra lo no concluyente del diálogo Cármides de Platón que trata sobre ella (“sofrosine”, en griego), está claro que su contenido apunta más bien a la idea de armonía, equilibrio o autocontrol. En este sentido, su significado estaría muy próximo a la prudencia, que es la capacidad para distinguir, según sea el caso, lo conveniente de lo que no lo es. Aristóteles, de hecho, vincula directamente moderación y prudencia en uno de los pasajes más famosos de la Ética Nicomaquea (recientemente retraducida brillantemente al castellano por Rossi y Boeri): “Por eso pensamos que Pericles y los que son como él son prudentes porque pueden ver lo que es bueno para ellos y para los hombres, y pensamos que esta es una cualidad propia de los administradores y de políticos; de ahí también que demos a la moderación el nombre de sofrosine, pues salvaguarda la prudencia (frónesis)”.
Así, la moderación puede ser entendida como una disposición contenida y equilibrada, más que como un deseo de buscar componendas rápidas y no necesariamente prudentes. Y, definida de esta forma, calza bastante bien con los resultados electorales y con aquello que Piergentili define como “sentido común”. Se habría votado por la moderación, pues la estridencia y la incontinencia hacen improbable tomar decisiones adecuadas o proporcionales a los problemas a solucionar.
Con esto resuelto, es interesante analizar otro fenómeno llamativo: el enojo de algunos republicanos frente a la tesis del triunfo de la moderación, al identificarse ellos mismos como inmoderados. ¿Por qué se identifican de esta manera? Por lo visto, muchos entre ellos consideran que el estilo desaforado y doctrinario de Milei es el adecuado. Pero también piensan que la “verdadera derecha”, que vinculan al régimen militar, tenía esas características: fanatismo libertario doctrinario, antiestatal y sin compromisos. Sin embargo, esta imagen parece tomada más bien de los mitos históricos de la izquierda que de la realidad.
Un aporte importante, en este sentido, es el libro del economista Sebastián Edwards El proyecto Chile (Princeton 2023, UDP 2024). Ahí Edwards cuenta la historia de la transformación económica de Chile y de los economistas que fueron sus impulsores y protagonistas, demostrando con nutrida documentación que el “milagro económico” chileno no fue obra de una banda de libertarios fanáticos en lucha permanente contra el Estado, a la siga de Rothbard y Hayek, sino de economistas pragmáticos que soñaban con un país moderno, desarrollado y sin pobreza, reunidos al alero de Arnold Harberger.
El proyecto Chile abre una nueva perspectiva para observar la dictadura chilena, que la acerca más a los regímenes de Lee Kuan Yew en Singapur, Deng Xiaoping en China y Park Chung-hee en Corea del Sur. Es decir, regímenes autoritarios con líderes orientados a resultados antes que a elucubraciones ideológicas, apoyados en equipos técnicos de perfil también pragmático, y mezclando altas dosis de liberalización con cantidades igualmente altas de intervención y dirección estatal. Visto así, los republicanos quizás tendrían que reformular su visión de la “época de oro” que añoran. Y también mirar con un poco más de distancia las estridencias de Milei.
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