Columna de Pablo Ortúzar: Un Boric de derecha

Nicole Cardoch, subsecretaria socialista de la Segegob, asumió la vocería estival de La Moneda, y lo hizo negando que durante el estallido social su sector se haya enfrentado con Carabineros de Chile. También afirmó, confrontada por la famosa campaña para “refundar Carabineros” desplegada durante y después del estallido por personajes principales del actual gobierno, que “es muy mañoso mirar declaraciones cuando las personas tenían otro tipo de responsabilidades versus cuando tienen responsabilidades de ser ministras y ministros de Estado”.
En la interesante película The Apprentice, del director Ali Abbasi, el cinismo político de Donald Trump es rastreado hasta su mentor Roy Cohn, quien le habría enseñado tres reglas de oro para triunfar: siempre atacar, nunca admitir haber actuado mal y siempre declararse ganador, incluso en la derrota. Cardoch y su generación de políticos de izquierda, aunque sientan pánico moral frente a Trump, parecen pertenecer a esa misma escuela. ¿Cómo sería eso posible? El vínculo más lógico es que tanto Trump como el nuevo progresismo piensan en términos mediáticos y publicitarios: lo que les importa, al final del día, no es el contenido, sino la ganancia neta en el plano del intercambio de signos. La realidad es un reality, y lo relevante es cuánto vale el show.
Ya decía Jean Baudrillard, cuya obra influye en Byung-Chul Han y Mark Fisher, que presenciamos una erosión progresiva del vínculo entre la realidad y los símbolos, hasta el punto de un divorcio entre ambos planos. El mundo moderno sería uno donde la simulación ya no refiere a nada real, quedando sólo discursos referidos a discursos, incluyendo los discursos que reclaman originalidad o realidad. Esto lleva a un régimen de equivalencia o permutabilidad total entre ellos. Tal como el dinero moderno, lo único relevante sería la aceleración de su circulación, así como la capacidad para hacer “pasadas” en ese flujo de intercambios. Lo que tenemos es un capitalismo de los símbolos, sin compromiso alguno con la realidad.
Ahora, una cosa es leer estas teorías y otra es verlas en la calle. Personajes como Cardoch no es que sean simples mentirosos, sino que no creen que lo real exista. Lo que ven son discursos a los que oponen otros discursos a conveniencia, sin que se les arrugue la cara. El liderazgo del Presidente Boric, sin ir más lejos, fue construido de la misma forma: continuar las luchas de Miguel Enríquez, wallmapu libre, no al TPP, disolver Carabineros, no más nepotismo, no más enriquecerse de la política, desmilitarizar La Araucanía, no criminalizar la protesta social, Piñera está avisado, otro estándar moral. Y ahí lo tenemos ahora: cumpliendo lo inverso, pero no recapacitando, reflexionando o replanteando el proyecto de la nueva izquierda, sino haciendo como si nada hubiera pasado, y dejando así la puerta abierta para retomar a conveniencia cualquiera de esas narrativas en el futuro. Nada es real, todo es cancha.
Esto explica que nuestra política se haya vuelto, al mismo tiempo, más moralista y más embustera. El dirigente posmoderno le ofrece al ciudadano indignado el discurso de la pureza y la virtud. Ideas y principios con los dedos crespos en el corazón. Pero entiende que su servicio es ofrecer discursos, no cambiar realidades. Eso no viene incluido, y por lo general el ilusionista no tiene interés en ello. Si llega a triunfar, pacta con los que ayer consideraba lacras impuras, pero que quizás tienen alguna idea de cómo hacer funcionar las instituciones, y cambia de relato a conveniencia. Todo, eso sí, en el mismo tono épico y altisonante. Que nadie piense lo contrario. ¡Seguimos! ¡Cada día es continuar!
Y no es que sólo la izquierda viva en la simulación. En la derecha hace rato que republicanos viene haciéndole a Chile Vamos el mismo juego que el Frente Amplio le hizo a la Concertación. Y era cosa de tiempo que el deseo de pureza, virtud y superioridad moral propia cuajara en algún liderazgo sin experiencia, con promesas extremas y fantasiosas de pasar la escoba, deportar en masa, cerrar el Banco Central, combatir a “la casta” y todo eso. Un Boric de derecha, que cabalgue el péndulo retórico de la revuelta hacia su extremo opuesto.
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