Columna de Pablo Ortúzar: “¿Venezuela? No me suena”

Nicolás Maduro y Diosdado Cabello
Foto: Nicolás Maduro y Diosdado Cabello en un acto en 2018.


Göran Therborn, sociólogo marxista sueco y profesor emérito en Cambridge, estuvo de paso por Chile en agosto por invitación del Magíster en Sociología de la Universidad Alberto Hurtado. El título de su clase magistral fue “La izquierda mundial, la nueva derecha radical y las grandes batallas del siglo XXI”. Su análisis comparado de las derechas radicales de Europa y las Américas, sin duda, fue interesante, tal como insinúa su entrevista con The Clinic, aunque atravesado por un alto nivel de compromiso militante. De entrada planteó que las nuevas derechas, si bien no siempre amenazaban la democracia, sí eran un peligro para “la sociedad, la igualdad y la justicia social”. No por nada ganó el Premio Lenin 2019 en su país natal.

Lo extraño de su mirada, por militante que sea, es que Venezuela, Cuba y Nicaragua no aparecen en su mapa de las izquierdas latinoamericanas. Consultado directamente por el régimen de Maduro, se limitó a decir que no era de izquierda, sino un régimen orientado a mantener el poder. Y que no debía ser confundido con la poderosa revolución bolivariana. De Daniel Ortega y de Miguel Díaz-Canel, tiranos respectivos de Nicaragua y Cuba, ni se acordó ni le preguntaron.

¿Es intelectualmente honesto lo que hace Therborn al desentenderse de los tres regímenes revolucionarios operativos en Latinoamérica? ¿Se puede afirmar honestamente que la dictadura de Maduro no es de izquierda? Una interpretación caritativa de la obra del autor señalaría que los gobiernos de izquierda son los que hacen cosas de izquierda (redistribuir, mejorar y ampliar los servicios del Estado). Luego, las revoluciones fracasadas que no hacen eso no serían de izquierda. Tal mirada, por cierto, es tan cómoda y poco desafiante como una tarde de verano comiendo frutillas con crema frente al río Cam, pues evita hacerse cargo de la trayectoria izquierdista que llevó a cada uno de esos países al fracaso. La verdadera izquierda, mirada así, sería un muy selecto club de países y dirigentes que han logrado establecer políticas redistributivas exitosas. Los amigos del lado correcto de la historia. Pero la membresía aristocrática se revoca si el experimento sale mal. Y ahí, si te he visto, no me acuerdo.

Obviamente, desde tal cumbre moral y política se pueden emitir juicios a mansalva, pero el precio que se paga es alto. Se pierden piezas del puzzle. La obra de Chávez y Maduro, persiguiendo objetivos de izquierda, ha desplazado a cerca de ocho millones de venezolanos en 10 años, además de terminar vinculando al Estado venezolano con pandillas criminales. El efecto conjunto de esto ha sido empujar a casi toda Latinoamérica a una crisis migratoria y de seguridad sin precedentes, que alimenta hoy a las derechas que, según Therborn, amenazan todo lo bueno. Pero si quiere hablar sobre este segundo fenómeno, no debería hacerlo eludiendo el primero. No es serio. Y tampoco lo es exponer largo sobre las amenazas eventuales de las derechas continentales sin siquiera comentar la realidad de tres dictaduras que no son amenazas, sino peligros vivos, a la democracia y a la salud política de toda América Latina.

Esta advertencia, por cierto, también vale para la comunidad de las ciencias sociales chilenas, que tiende a la endogamia ideológica. Hemos visto que, emulando al primer mundo, se pone acá de moda el tema de las “ultraderechas”, como si fueran el gran drama político actual de nuestro continente. Vamos con el seminario, el panel y el Fondecyt. Pero de las ultraizquierdas que arrasan Latinoamérica, destruyen instituciones democráticas, pactan con bandas criminales y secuestran, torturan y asesinan opositores adentro y afuera de sus países no hay grandes estudios, reflexiones ni congresos. El fracaso de la revolución no será entendido ni transmitido. Tal como la mayoría de los exponentes de la sociología y las ciencias políticas locales recibieron el estallido de octubre de 2019 con un “lo advertimos” y un “no lo vieron venir”, y luego celebraron la Convención como la voz verdadera de Chile; pero, finalmente, guardaron un silencio sepulcral o cambiaron de tema el 4S, hace casi dos años, cuando el tren de la historia, cuya ruta se jactaban de conocer, les pasó por encima.

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