Columna de Paolo Mefalopulos: Vivir en medio de la violencia
Vivir en contextos violentos tiene siempre efectos negativos para las personas, especialmente si son niños, niñas y adolescentes, puesto que al estar en desarrollo hace que requieran especial protección. En lo que va de este año se ha informado que ocho niños, niñas o adolescentes han fallecido alcanzados por una bala que tenía otro destinatario. La mayoría de ellos o ellas estaban en sus casas, en sus rutinas cotidianas, con sus amigos o con sus familias. Estaban supuestamente en un lugar seguro.
Este hecho dramático, que terminó con la vida de estos niños y niñas, es una evidencia de la violencia que esas comunidades vienen experimentado desde hace un tiempo. Según la encuesta CASEN 2022, un 43% de los hogares con niños, niñas y adolescentes en Chile ha vivido o presenciado balaceras en su entorno residencial. En la región Metropolitana esa cifra sube al 53%, prácticamente la mitad de los hogares con niños y niñas.
Información de la Fiscalía Nacional y la Subsecretaría de Prevención del Delito señala que, en 2022, 54 niños, niñas y adolescentes fueron víctimas de homicidio, lo que representa un incremento del 23% en relación a 2021 [44 homicidios]. Respecto al año 2023, durante el primer semestre, 32 niños, niñas o adolescentes fueron víctimas de homicidio. Considerando las tendencias de años anteriores, las cifras permiten proyectar un aumento en 2023.
Complementariamente, información preliminar del Departamento de Estadísticas e Información del Ministerio de Salud señala que, en 2023, 51 niños, niñas y adolescentes fallecieron producto de agresiones, 23 por disparos (categoría que incluye “balas perdidas”). La realidad de Chile no es muy diferente a la de América Latina y el Caribe, donde un 45% de las víctimas de “balas perdidas” son personas menores de 18 años.
Las experiencias vividas durante la niñez tienen un impacto poderoso en el resto de la vida. El estrés que provocan los entornos violentos puede causar, en niños y niñas, lesiones, retraso en el desarrollo, trastornos de ansiedad y/o del estado del ánimo, fracaso académico, y en la etapa adolescente y adulta, una mayor propensión a las conductas de riesgo, dificultades para mantener relaciones saludables, aparición temprana de enfermedades y problemas socioemocionales, consumo de droga y/o alcohol, enfermedades crónicas, por mencionar algunos. En definitiva, una peor calidad de vida.
Esta violencia, que permea sus vidas en lo cotidiano, hace que se sientan inseguros en sus propias comunidades. Este temor muchas veces coarta sus actividades diarias, como salir a jugar con amigos, practicar actividades deportivas al aire libre o ir al colegio. Ese miedo también cala en sus familias, que para protegerlos prefieren que no salgan de sus casas, los cambian de escuelas o terminan abandonando el barrio. Vivir en entornos violentos también hace que se normalice y que se valide como una forma de resolver los conflictos en la familia, la comunidad, la escuela y el trabajo. Niños y niñas lo internalizan como una forma natural de comportamiento. Las familias tienen un rol clave en la prevención del uso de la violencia.
Las iniciativas que se están implementando desde el Estado para erradicar la violencia de los barrios debe considerar a los niños, niñas y adolescentes que viven en ellos. Tener en cuenta el impacto que estas tendrán y la eficiencia de las mismas. Es importante que sean medidas específicas que permitan garantizar su protección. Los niños, niñas y adolescentes tienen derecho a vivir una vida libre de violencia en su familia, en su escuela y en su comunidad.
Paolo Mefalopulos, Representante de UNICEF.