Columna de Paula Escobar: El rey y las DEI

FILE PHOTO: U.S. President Trump signs Laken Riley act, in Washington
REUTERS/Elizabeth Frantz/File Photo

Es sintomático de esta nueva etapa, de este Trump 2.0 o en esteroides, la descarada atribución de responsabilidades, completamente sin base ni evidencia, de todo aquello que no resulta, a aquello que él quiere “extirpar”. En este caso, las políticas de diversidad e inclusión.



Tras el trágico accidente ocurrido esta semana en Washington, la colisión aérea sobre el río Potomac el miércoles por la noche, Trump apareció para dar declaraciones en la sala de prensa de la Casa Blanca. Tras un breve momento de recogimiento por los fallecidos, dijo que los culpables eran Obama y Biden, pues los estándares para los controladores aéreos habían sido demasiado laxos debido a las políticas demócratas de DEI (diversidad, igualdad e inclusión, por su sigla en inglés).

Las DEI han pasado de ser ampliamente compartidas en el mundo público y privado a ser un target predilecto de Trump y sus seguidores e imitadores en todo el globo. Arremeten cuando pueden contra aquellas políticas destinadas a que las instituciones diversifiquen sus equipos y talentos, bajo la premisa de que este está repartido en todas las clases sociales, geografías, géneros y culturas, y que, por tanto, al tener equipos más diversos, todos ganan: cada cual, pero también la institución. Así, el sueño del mérito es el que se verifica cuando todas las personas, más allá de donde vengan o como se llamen, puedan acceder a las organizaciones y los puestos de liderazgo, sin que haya techos de cemento o cristal.

Pues bien, DEI ahora es el objetivo supremo, aquello que debe “extirparse”, como un “cáncer” (como dicta la narrativa trumpiana), pues tiene la culpa de todos los males.

Incluido el trágico accidente ocurrido en Washington.

Hablo de personas talentosas versus las incapaces, de los genios versus los limitados que, según él, llegan a puestos que no merecen, gracias a las DEI. Algo que él dice ya haber remediado, pues decretó -con furia y con urgencia- que se acaban todas las iniciativas o departamentos de diversidad e inclusión en el Estado, así como prohibió que se dé financiamiento o ayuda a instituciones que la practiquen.

Evidentemente, aún no se sabe por qué ocurrió el accidente. Algo que Trump reconoció frente a los periodistas, no sin antes decirle a la periodista que hizo la consulta que no era una pregunta “inteligente” y que le sorprendía que la hubiera hecho ella (otro tropo trumpiano, atacar periodistas). Pero es sintomático de esta nueva etapa, de este Trump 2.0 o en esteroides, la descarada atribución de responsabilidades, completamente sin base ni evidencia, de todo aquello que no resulta, a aquello que él quiere “extirpar”. En este caso, las políticas de diversidad e inclusión. Mañana, quién sabe.

Es difícil comprender tantas mentiras o frases carentes de evidencia. Pero al menos habría que preguntarles a quienes apoyan a Trump, o se inspiran en su estilo, si consideran que el mundo era mejor antes de DEI, es decir, cuando el acceso a trabajos y posiciones de liderazgo estaba prácticamente vedado a quienes no fueran parte del mismo grupo. Y si realmente creen que solo los que Trump denomina “superiores” son quienes tienen capacidades. Si esa propuesta de una primacía de un grupo “superior” sobre otro que él considera inferior es una buena propuesta de futuro. O si, más bien, están alentando una reversión del tiempo, hacia momentos donde, por ejemplo, la población LGBT era discriminada y castigada, y tenía que esconderse, o donde las mujeres no tenían derechos. O donde las personas de determinadas etnias o religiones tenían vedadas ciertas posiciones.

¿Cuánto y qué tan atrás quiere retrasar el reloj Trump? Lo que él propone no es un futuro desconocido, es un pasado que ya pasó, al menos en una parte del mundo, y que se pensó que había sido superado.

Puede que DEI haya tenido algunos adeptos fanáticos, que incluso algunos se hayan pasado de rosca. Pero aquello no invalida las muchas y muy buenas implementaciones de estas iniciativas en muchas partes del mundo, y los principios que se están defendiendo, como lo es la idea de una sociedad donde los derechos humanos y la dignidad estén en el centro, donde no se acepte que a una persona se la discrimine por raza, sexo, religión. Donde los valores y derechos sean universales, no solo para unos pocos. ¿Qué meritocracia puede haber si la cancha es dispareja?

Aquello es un avance de la sociedad, una medida de progreso. Así como que la ciudadanía tenga un lugar central en el devenir de la sociedad, en vez de depender del humor y el arbitrio de un líder tipo monarca, ciego y sordo a sus propias limitaciones y privilegios.

Cuando los periodistas le hicieron ver a Trump la contradicción en decir que el accidente y sus causas estaban “bajo investigación”, y a la vez afirmar rotundamente que fue culpa de las políticas de diversidad e inclusión, su respuesta no pudo ser más monárquica: “Tengo sentido común, de acuerdo, y desafortunadamente mucha gente no lo tiene. Queremos que esto lo hagan personas brillantes”, dijo.

El rey habló. ¿Cuándo se darán cuenta sus seguidores lo desnudo que está su rey?

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