Columna de Paula Escobar: Kamala y el manual anti Trump

El expresidente Donald Trump y la vicepresidenta Kamala Harris.
El expresidente Donald Trump y la vicepresidenta Kamala Harris.

La historia está por escribirse, pero Harris cambió la música y el libreto. Y Trump, sea lo que sea que pase en noviembre, se ha visto mucho más parecido a lo que es: un hombre muy errático.



En eso, Trump era imbatible. Un mago a la hora de crear adhesión sobre la base de la división y el odio, especialmente contra los migrantes y las mujeres. Lo logró con Hillary Clinton, a quien ninguno de sus logros profesionales y políticos la blindaron de sus olas de hostilidad y de ser bautizada como una “nasty woman” (desagradable). Lo hizo con Nancy Pelosi, a quien literalmente demonizó: imágenes de ella con cachos de diablo circularon por doquier. Incluso, se rio de su marido después de haber sido atacado con un martillo, que en realidad era para ella. Lo hizo con tantas mujeres, con abusos, con sus actitudes misóginas. Desarrolló un verdadero manual antimujer, copiado por doquier por sus emuladores.

Pero este no le ha servido con Kamala Harris, quien ha ido pinchando el globo de la masculinidad tóxica que Trump evoca y representa, desarmándolo -a él, a su estilo, a su propuesta política y social- durante esta corta e intensa campaña. Ha sido Kamala quien -hábil y sonriente- le ha puesto los palitos, y él los ha pisado. Y aun cuando es incierto el resultado de la elección, Harris ya ha ganado mucho. Primero, al hacer muy competitiva una pelea que Trump daba por ganada. Las encuestas muestran que ella fue la ganadora del debate, y algunas le dan ventaja en estados clave. Segundo, ha demostrado de lo que es capaz una mujer a quien tantos han mirado en menos. Subestimada, foco de burlas y de críticas por parte de trumpistas pero no solo de ellos, estuvo a la sombra de Biden como vicepresidenta. La superfiscal se transformó en una mujer que motejaban a sus espaldas como ”conflictiva” (tropo clásico respecto de las mujeres en el poder), poco efectiva y hasta ridícula. Ni los Obama querían darle su apoyo de inmediato cuando Biden se bajó. Pero supo estar ahí, preparada para el momento correcto, transformando la derrota en espera. Y el momento llegó: los memes hechos para ridiculizarla se transformaron en poderosas armas de campaña.

Pero tercero y más importante, Harris está mostrando cómo desarmar a este grupo de líderes populistas, radicales y autoritarios que han emergido con fuerza en distintas partes del mundo. Estos “supermachos” -Putin, Orban, Bolsonaro, Trump- disfrazan sus grandes inseguridades y frágiles egos bajo un falso manto de certezas y aplomo. Gatillan iras y miedos, luego eligen el telón sobre el cual proyectar todas esas emociones negativas.

Y uno de sus targets favoritos son las mujeres, siendo el “antifeminismo” un ítem común de su narrativa. Una reacción a los avances en materia de igualdad de género que ellos tergiversan y escalan, haciendo sentir a los hombres que han perdido “sus” espacios porque hay mujeres que se los han quitado. Las buscan perfilar como radicales, ambiciosas, desagradables, o que han desvirtuado y atacado la familia al no tener hijos: las famosas “childless cat ladies” de las que habló su candidato a VP, JD Vance (que logró que la cat lady más popular del planeta, Taylor Swift, apoyara públicamente a Harris).

Nadie sabe para quién trabaja.

Es difícil rebatir a estos personajes sin ponerse a la defensiva. Provocan, proyectan su debilidad y confusión al frente; es complejo no caer en esa trampa y perder la calma, el temple, la firmeza y la claridad. Harris ha leído como nadie esa situación. Si ya Trump se había burlado y la había denostado como una loca, como ridícula, como irrelevante… ¿Qué más tenía que temer o perder? Premunida de sus ya clásicos trajes de dos piezas y mirándolo de frente siempre, su desplante y su seguridad calmada y no arrogante lo han descolocado. Y así se ha visto a Trump bastante más al desnudo y bastante más incómodo. Hablando de migrantes que comen mascotas, o de que Kamala es, a la vez, “marxista” y “fascista”.

Harris no se pierde. Así como lo llamó amablemente para saber cómo estaba después del intento de atentado esta semana, le rebate sus mentiras sin perder firmeza, sin contagiarse de su caos. Encarna, en forma y fondo, un mensaje: ya está bueno. Llegó la hora de dar vuelta la página y mirar el porvenir desde el sentido común, y desde lo más profundo del alma de una nación. El sueño nacional no puede lograrse a costa de otros, sino con otros y otras. Más que hablar de la amenaza a la democracia, que Trump por cierto es, Kamala ha mostrado hasta ahora un camino de sensatez, apelando a valores universalistas, como son la igualdad en dignidad de todas las personas, identificando los dolores de la clase media y de las familias americanas, y mostrando un espacio común.

La historia está por escribirse, pero Harris cambió la música y el libreto. Y Trump, sea lo que sea que pase en noviembre, se ha visto mucho más parecido a lo que es: un hombre muy errático, muy agrio y muy confuso. Cansado. Y bastante desagradable.

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