Columna de Paula Escobar: Más allá de Bache-tres
![Michelle Bachelet](https://www.latercera.com/resizer/v2/D66CPC72A5DY3L5VCYFX5DAS5A.jpg?quality=80&smart=true&auth=57e647ecabe03cfbc64942347f800c2481c6bc305a2301abd4894f0d58520f75&width=690&height=502)
Al progresismo chileno se le está “apareciendo marzo” anticipadamente. El gran pendiente de definir quién será su candidato/a ha tomado tracción y fuerza este febrero.
Mientras se derraman ríos de tinta acerca de los silencios y gestos de la expresidenta Bachelet -siempre marcando agenda, aún sin emitir palabra-, el oficialismo, especialmente el Socialismo Democrático, debiera partir por incorporar las lecciones de los severos errores cometidos en las últimas elecciones. Primer error: la encuestitis. La obsesión por subir y bajar candidaturas basándose en la última encuesta llevó al Socialismo Democratico (en ese tiempo, ex NM), a un actuar errático, sin estrategia, inestable y hasta frívolo, en abril de 2017, cuando el PS decidió apoyar al entonces senador independiente PR Alejandro Guillier, en desmedro del expresidente Lagos, porque Guillier “marcaba más en las encuestas”. Lagos dijo en ese momento, muy ingrato para él, que “seguramente no todos compartimos el mismo sentido de urgencia ante la amenaza de una dispersión estratégica de las fuerzas progresistas y una ola de restauración mercantilista y conservadora que puede durar muchos años”.
Frente a su lucidez recibió un ninguneo del PS, que además fue estéril. Y la derrota fue mucho más amarga, pues quedaron en bancarrota ideológica y política; sin brújula ni espina dorsal. Hay modos de ganar y modos de perder. Perder con ideario sólido, con perfil, con visión de futuro, no es perder del todo. El fracaso con Guillier, en cambio, fue en toda la línea. La encuestitis lleva a un comportamiento errático, que maltrata y devalúa a sus propias figuras, y que legitima la improvisación como método de toma de decisiones.
Segundo error: acomplejarse de su propio proyecto, hasta el nivel de dejarse aplastar. Fue lo que pasó en la última elección, en 2021, cuando tras una caótica jornada, el PS tuvo que quedarse fuera de la primaria con FA y PC, pues a última hora les “vetaron” al PPD y P. Liberal. A la medianoche del último día, el Socialismo Democrático quedó bailando solo y sin primaria legal. Aquello le quitó visibilidad, defensa de ideas, perfilamiento, publicidad; lo dejó sumido en la irrelevancia, que sólo se acrecentó con escuálida primaria convencional que tuvieron que hacer. Lamentable. Aunque Elizalde dijo entonces, furioso, que “al partido de Allende no se le humilla”, es difícil encontrar otra palabra que describa mejor lo que sucedió. Hacerse valer frente al resto pasa por valorarse primero. El error de devaluarse (tantos años de autoflagelación…) y dejarse ser devaluado no debiera repetirse. Y el Socialismo Democrático tiene bases para reconstituir su autoestima: de partida, sigue vivo (no así Apruebo Dignidad en cuanto a pacto). Los 20 años concertacionistas se han revalorizado, sus figuras se mantienen vigentes (Bachelet, para partir), tuvo un buen desempeño en las municipales y, aunque no ganó la presidencial, los cuadros del SD han sido puestos en valor en este gobierno de un modo nítido: son piezas clave.
Tercer error: la ilusión del camino propio. Muchos les piden dejar de aliarse con el PC y el FA, y volver a su raíz pre Nueva Mayoría. Pero aquello es suicida, políticamente. Ir por la libre da para partido-boutique, partido-pivote, emprendimiento de unos pocos votos que valen oro en medio de la balcanización del Congreso actual, pero no para más que eso. Y es un camino que ya se probó: en 2023, para el segundo proceso constitucional, el PPD, PR y DC fueron solos y no eligieron a nadie. Salieron trasquilados por completo. El camino para ser mayoría, y tener peso electoral y político, pasa por la unidad del progresismo, en una carpa lo más amplia posible, para enfrentar el escenario político actual, pero -eso sí- con un proyecto claro en sus bordes.
Y aquí está el cuarto error: no tener identidad y propuesta de país. Que no gane quien se teme puede ser un eficiente movilizador político, pero no provee proyecto ni sustancia. No se puede proponer al país solo “que no gane” alguien, o prometer ser un cortapisas de su agenda. Un progresismo del “estatu quo” no es atrayente. Tampoco es útil mirar por el espejo retrovisor. Ese mundo de los 30 años -valioso como sí fue- se acabó, en Chile y en la escena internacional. La estabilidad del orden mundial poscaída del Muro de Berlín se fue. Y ha dado paso a una nueva era, marcada por la disrupción tecnológica acelerada, el descontento de la ciudadanía y el alza de liderazgos populistas radicales de corte autoritario o francamente iliberal, que usan y abusan de la rabia y el miedo de las personas. Los valores universalistas del progresismo son muy relevantes, especialmente cuando está en juego la democracia misma. Pero la desafección de los votantes más vulnerables, con quienes han defendido históricamente sus derechos, requiere repensarse con audacia e inteligencia.
Más allá de las encuestas y más allá de quien sea la carta que luego defienda esos valores e ideas.
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