Columna de Paula Escobar: Ola antifeminista, huele a peligro

La imagen no deja de ser llamativa.
La solemne Oficina Oval de la Casa Blanca, el símbolo máximo del poder. El Presidente de la República, Donald Trump, a un lado, y de pie, o cerca, su mayor asesor, el hombre más rico del mundo, y acaso más poderoso aún. Va de jockey, de polera, de zapatillas, pero eso no es lo importante, sino esto: va a esa reunión (y a muchas otras con el Presidente) con su hijo en brazos, un precioso niño de unos cuatro años, que mira a su padre y al presidente sin temor o timidez.
¿Qué significa esa imagen, por cierto nada azarosa? ¿Qué significa, especialmente en un contexto de auge de la derecha populista radical en el mundo, cuyos principales referentes son justamente Trump y Musk? Dos ejemplos de masculinidad tóxica (no por nada les gusta asociarse a motosierras).
Que Musk vaya con su hijo a ver a Trump, y lo haga con publicidad, ¿es muestra de que quiere revelar -y relevar- la labor de cuidado como algo valioso, fomentar la paternidad presente, ser un modelo de rol?
Podría serlo: así como John Kennedy hizo esa famosa foto de él en su misma Oficina Oval con sus hijos jugando bajo su escritorio, quizás Musk y Trump quieren humanizarse, “kennedizarse”…
Pero no parece ser el caso. Se trata, más bien, de una performance, de una apropiación, que en realidad muestra más la brecha vital y de percepción de esas mismas brechas. Primero, porque en su ideario no hay mucho espacio para las mujeres: son todos hombres, salvo Meloni y Le Pen, y ninguna de las dos ha luchado por la equidad de género, como ha recalcado Eva Illouz. ¿Cuál es su agenda? Una de retrocesos y de sexismo nada velado. Musk lidera una red social, X, especialmente hostil con las mujeres. Trump -en su verdadera cruzada contra la Diversidad, Inclusión y Equidad- está afectando la igualdad de género en el estado, las universidades, empresas. Y basta preguntarse esto: ¿Qué pasaría si Elon Musk fuera mujer? ¿Trump lo dejaría ir con su hijo en brazos y que se desplegara así por el Salón Oval?
Difícil, por no decir imposible.
La realidad que muchas mujeres experimentan -aquí y allá- es que los hijos poco menos que hay que esconderlos en el mundo del trabajo. Que todo lo relacionado con la maternidad en el ámbito laboral tiende a ser aún un hándicap en contra, partiendo por cuándo y cuántos hijos se quiere tener, en una sociedad hipócrita que clama por el drama de la baja de la tasa de natalidad, pero que frunce el ceño cuando sus empleadas o colaboradoras se embarazan. Algo así como que haya niños, pero ¡no en mi patio! O que cuando los hijos nacen, arquean las cejas por el posnatal extendido a seis meses, aunque no sea el empleador el que pague ese salario. La multa por hijo está documentada en el mundo y en Chile, así como hay una creciente brecha de percepción entre hombres y mujeres sobre la cancha dispareja. Algunos hombres, a lo Musk, viven en otro mundo.
Para el omnipotente Elon, llevar a su hijo a la oficina más importante debe ser genial, pero la pregunta es si los demás pueden llevarlos y, sobre todo, si las mujeres pueden hacerlo -sobre quienes recae la labor de cuidado de modo masivo (en un 95% lo sienten así las mujeres chilenas, encuesta Cátedra Mujeres y Medios UDP-Criteria, marzo 2025).
El ultraderechismo recargado por los tech-bros -por más performativo que pueda ser- no ofrece, no ve, la realidad del mundo para la mayoría de las mujeres, y ha tratado de convertir la causa de la igualdad de género en una “batalla cultural”, en algo “identitario”, como si la mitad del mundo fuera una minoría, para partir, y como si no fueran dignas de los mismos derechos y libertades que los demás. Sin duda, su proyecto es antifeminista (como ha documentado el profesor Cristóbal Rovira) y es también una reacción a los logros de las mujeres (como dice Timothy Garton Ash). Es una autoafirmación neomachista. Mientras Putin publicita sus pectorales -y su cara sin arrugas- como muestra de poder y testosterona, Trump humilla en la Casa Blanca a un presidente que lleva tres años en guerra, con un pueblo invadido y que ha luchado hasta con los dientes. Le impone la ley de la selva. Y quiere transformar el mundo en una gran selva, donde el más fuerte se come al débil y donde no hay reglas ni instituciones que valgan.
En este nuevo 8M hay que recordar lo logrado, lo que les debemos a antepasadas que lucharon para que tuviéramos las libertades y derechos básicos de los que ellas carecieron, así como también hay que relevar lo que aún falta. Especialmente es importante comprender cuántos de esos logros están hoy en riesgo, atacados por líderes tipo Trump y Musk –y sus imitadores alrededor del globo. Mientras llevan a su niño al Salón Oval, hacen todo lo contrario al cuidado, sembrando caos e inestabilidad. Y haciendo del mundo un lugar que cada vez más huele a peligro, especialmente para las mujeres.
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