Columna de Paula Walker: De ganadores y perdedores

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Dimos la vuelta en 360 grados y quedamos en el mismo lugar. Me refiero a los dos procesos constituyentes que Chile implementó entre 2020 y 2023. En ambos casos fue imposible ponerse de acuerdo y tener una nueva constitución. Y aunque vimos un ejercicio de madurez política en medio del estallido social de 2019 cuando los partidos políticos, menos el PC, se sentaron a conversar y diseñaron el cambio constitucional como remedio a la enfermedad, nunca tuvimos humo blanco.

Se decidió que era la Constitución el gran problema y que si la cambiábamos todo iría a mejor. No hubo otra alternativa sobre la mesa. Nadie dijo: “hagamos un acuerdo general y resolvamos el drama de la salud, o mejoremos los salarios o tengamos reforma a las pensiones”. Simplemente caímos en la tentación de reformarlo todo y volver a nacer. Ya fuera como una sociedad de centroizquierda, ya fuera como una sociedad de ultraderecha.

El primer proceso fue como un carnaval. Independientes, personas de regiones, pueblos originarios, jóvenes e inexpertos, junto con lobos disfrazados de ovejas provenientes de varios partidos. Había esperanza por cambiar las cosas, pero había rabia y ganas de anular a los otros. Vino el segundo proceso, encabezado por la ultraderecha, y a los sectores conservadores les volvió el alma al cuerpo y todos los juramentos de que la Constitución de Pinochet había muerto se desvanecieron. Cundió una neblina espesa que tildó a las personas de chilenos de verdad y otros que no; el más puro de los suyos dijo: “por qué cresta, siendo mayoría, tenemos que llegar a acuerdos con la minoría”. Puro espíritu republicano.

En este segundo proceso hubo una especie de “guerra santa” protagonizada principalmente por las derechas. En el sentido más literal: una cruzada religiosa, con recompensas espirituales, promesas de un mundo mejor, con buenos y malos, vencidos y vencedores. Las derechas, unas más que otras, quieren un reino donde sucedan las cosas que deben suceder, según un plan superior, donde las y los ciudadanos somos sordos, mudos y obedientes a las leyes de la naturaleza.

Entre un extremo y otro seguro que encontramos el lugar que buscamos, pero ya no será de la mano de una nueva constitución. Habrá que hacer reformas, como las impulsadas por la expresidenta Bachelet hace ya 10 años, en la campaña presidencial de su segundo gobierno. ¿Quiénes han ganado en todo esto? La expresidenta al encarnar la defensa de los derechos de las mujeres. Aquellos que buscan un centro reformista y socialdemócrata, y no un centro neoliberal donde se elige todo, aunque nadie tenga para pagar. ¿Y los perdedores? Los que quisieron imponer su mirada creyendo que Chile es un país de ultraderecha. Aquellos que creyendo que no somos de ultraderecha, igual se sumaron a esta marea a ver si a río revuelto tenían ganancia de pescador. Por el momento, volvimos a principios de 2019, solo que más mosqueados y escépticos que en esa primavera de 2019.

Por Paula Walker, profesora del Magíster de Políticas Públicas Universidad de Chile

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