Columna de Paula Walker: El dilema de Carabineros

boric funeral


Hace muchos años ser carabinero en Chile era un sueño de los niños en las escuelas y colegios. Había un aire heroico en torno a esos hombres que, sabiendo que podían perder sus vidas, decidían servir a la comunidad y protegerla. En los pueblos o ciudades pequeñas, el carabinero era un personaje que le aportaba valor a la convivencia, porque estaba en las buenas y en las malas.

Conocimos historias de carabineros que ayudaban en los partos, que rescataban a las personas, que ordenaban el tránsito y perseguían delincuentes. Mientras más conocías a un carabinero que te ayudaba, más empatía sentías por ellos. De a poco, más carabineras llegaron a sus filas, se les veía en las calles y en las marchas de mujeres para cautelar desórdenes que pudieran ocurrir. Conocimos historias de carabineros que se encontraban dinero y lo devolvían, que no se dejaban coimear. Era la historia de una policía incorruptible en América Latina. En nuestra cultura y en la manera que organizamos el poder, las y los carabineros son el último brazo del Estado con presencia en todo el territorio nacional.

¿Qué pasó entonces para que esta fábula se quebrara en mil pedazos? Algunos hechos se acumularon: los casos de corrupción con esos generales que repartían platas entre amigos, compraban departamentos y motos, usaban el acceso a información para amedrentar o inventar culpables (mientras miles de carabineros y carabineras seguían haciendo su trabajo sin enriquecerse y sentían rabia y vergüenza con quienes dirigían a la institución). Luego se acumularon los casos de violaciones a los derechos humanos en dictadura, otros casos que fueron muchos y muy graves durante los meses del estallido social. Adicionalmente, la clase política eligió usar esa institución como campo de batalla ideológica: si alguien defiende a carabineros es “facho”, si alguien ataca a carabineros es “progre”. Si veo una carabinera en la marcha le grito groserías y la humillo por su elección de vida, pero me declaro feminista y defensora de derechos.

A la sargento Rita Olivares la mataron unos delincuentes y ha sido la gota que terminó por derramar la rabia acumulada. Rabia con la justicia, el Poder Legislativo y Ejecutivo, y un estímulo punzante y doloroso para la opinión pública.

El Presidente Boric lo ha vivido en carne propia. Seguro tenía una mirada de Carabineros cuando era joven, otra cuando fue estudiante, otra como diputado y una distinta ahora que es Presidente. En su rol actual vive condenado por su pasado digital y legislativo. Debe luchar contra esas decisiones mientras es Presidente de todos y todas. La oposición festina con sus contradicciones, su coalición se fractura porque se derechiza y él declara frente a las cámaras, como hablándose a sí mismo, que va a reflexionar sobre sus actuaciones pasadas. Es tan fácil generalizar, tan popular, tan cortoplacista y tan dañino. Las redes sociales son el caldo de cultivo perfecto para mal entender las cosas. Y también ha sido un ingrediente para este momento agrio que vivimos.

Por Paula Walker, profesora Escuela de Periodismo Usach

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