Columna de Paula Walker: Los cambios de gabinete
Los cambios de gabinete son una especie de licor prohibido, una melodía mágica, un canto de sirena como ese que escuchaban los marineros que hacen perder la razón. En la política los cambios de gabinete generan una fascinación imposible de describir para el resto de los mortales.
Los primeros síntomas de que vendrá un cambio de gabinete comienzan siempre en la prensa. Se pueden pasar horas, días y hasta semanas hablando y publicando sobre el “inevitable” cambio de gabinete que, obviamente, no ha pasado. Quien tenga la primicia sobre las personas a las que cambiarán, se anota un tremendo poroto. En La Moneda, entre la prensa acreditada, las conversaciones y hasta las apuestas cunden. Es como una polla: ¿quién logrará apuntarle a más personas de las que van a cambiar? Esta agitación periodística le genera al Presidente o Presidenta de turno bastante lata y hasta un poco de pica. Incluso, mientras más aparecen en la prensa los nombres de los sentenciados a salir más se profundiza la pica presidencial, bastante normal si se piensa que equivocarse en las nominaciones y los equipos es un mal paso que resta tiempo a la acción del gobierno. Y la cuña es siempre la misma: “los cambios de gabinete son atribuciones exclusivas del Presidente”; “todos los ministros y ministras estamos en permanente evaluación del Presidente”, etc.
La pregunta política es sobre los efectos reales que tienen los cambios de gabinete. Es real que son un recurso político que permite un “nuevo comienzo” a nivel anímico hacia el interior del gobierno (“por fin dejará de arrastrarnos con su mala evaluación”) y, a la vez, hacia afuera permite ese anhelo escurridizo de “manejar la agenda”: se puede hablar de la nueva autoridad y sus énfasis e incluso -si los perfiles elegidos son los adecuados- hasta se puede dar un empujón al gobierno (algo así ha significado la ministra del Interior para el gobierno del Presidente Boric).
¿Y qué pasa con los partidos políticos? ¿Por qué hay que darles más a unos que a otros? ¿Se premia en los cambios de gabinetes a quienes han sido fieles a la administración de turno? ¿Se castiga a los partidos políticos que nombraron seremis u otras autoridades que terminaron desafiando al gobierno y acusándolo de malas prácticas? La verdad que se hace lo que se puede con los apoyos que se tienen. Los gobiernos siempre empiezan queriendo poner independientes y terminan volviendo a los partidos para pedir apoyos y nombrar autoridades. Sin embargo, nos haría bien acostumbrarnos que los gabinetes son equipos políticos-técnicos que deben conversar con el contexto, con el momento y con el clima. Y esa evaluación es la más difícil.
La gestión del gobierno depende de ministros y ministras, seremis, directores y subsecretarías. Los equipos deben ser cohesionados y no equilibrados políticamente para satisfacer a uno u otro partido. El propósito de un buen equipo es gestionar, innovar para mejorar la vida de las personas y hacerlo desde una visión política. Ese equilibrio debiera guiar un cambio de gabinete.
Por Paula Walker, profesora Escuela de Periodismo Usach
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