Columna de Paulo Hidalgo: Políticas e identidades

Actividad en el centro de Santiago.
Foto: Agencia Uno.


Uno de los grandes logros de la revolución francesa que se constituye como un acervo cultural del mundo occidental y más allá es la condición de ciudadano. Es decir, que una persona sin importar condición, raza, sexo, origen tiene un conjunto de deberes y derechos y dentro de ellos el más importante- no solo- es votar por sus autoridades.

Pero, desde luego, la ciudadanía no se recluye sólo a ejercer el derecho a voto; es también ser parte de un contrato social, de una comunidad donde nos une la condición de compartir la ciudadanía en asuntos cotidianos. Sin embargo, a pesar de la lógica de la igualdad política la sociedad moderna se ha estratificado en clases sociales. Históricamente el factor de división o fractura fundamental de la sociedad desde el siglo XVIII ha sido la división de clases entre aquellos que tienen poder, prestigio y recursos y los que sólo tienen que vender su fuerza de trabajo en el mercado. Añadida a esta fractura se ha sumado hace largo tiempo, un amplio, heterogéneo y multifacético sector así llamado clases medias o sectores medios.

Como sabemos K Marx y F. Engels ( 1848) pronosticaban la creciente miseria del proletariado y una aguda polarización social como antesala de la revolución socialista.

Pero la siguientes generaciones de intelectuales más bien tuvieron que rendir cuentas que el proletariado había mutado muy seriamente y que el formato político, claramente luego de la segunda posguerra, llevó a un `estado de compromiso’ socialdemócrata que aún hoy define los dilemas de las políticas, a lo menos en Europa. De este modo, un acuerdo basal de considerables impuestos y la consagración básicamente de derechos universales constituye el corazón de la socialdemocracia. Aunque hay mezclas diversas de modelos de bienestar cuando las personas deben comprobar medios o en su caso aportar parte de su ingreso al bienestar con un componente estatal muy importante.

Mi punto aquí fundamental en sociedades con avanzados beneficios sociales y con un piso igualitario notable es el surgimiento vigoroso de las identidades, en gran medida dominada, muy correctamente, por la crisis medio ambiental y el efecto devastador del deterioro veloz de las condiciones de vida de la tierra. Y en este punto es que algunas izquierdas buscando un elemento más bien diferenciador de la social democracia actual han tomado las banderas de la diferenciación de identidades en un sentido más amplio y contestatario, como un factor de ‘nueva izquierda’ que la haría diversa o más llamativa. Sin embargo, uno de las grandes lecciones de las recientes elecciones chilenas como las del 7M reside en que la competencia política no es de tribus ni de identidades estrictas. Por definición las identidades sólo responden a colectivos discretos que difícilmente conforman una mayoría sociológica que pueda construir una política progresista mayoritaria.

Más bien, lo que revela este espejo de las identidades es una búsqueda, en especial de franjas de clase media ilustrada, estudiantes o intelectuales por reafirmar un cierto estilo de vida o modo de ser, por cierto, muy legítimo pero que no constituyen la posibilidad de transformarse en banderas políticas realmente mayoritarias. Por definición una identidad es refractaria, tribal, uniforme o de metamorfosis múltiple que la hace aún más voluble. Al final es una estética singular o una postura de lenguaje. Sencillamente no es una madera para un discurso que le haga sentido a quienes no participan de ninguna tribu y que son la amplia mayoría.

La política hoy debe ser progresista, amplia, popular y compleja. En Chile una apuesta social demócrata debiese convocar a todos los actores y a toda la ciudadanía a participar de una construcción colectiva.

Ese es el más claro resultado de la elección del 7M en Chile. En la Pintana, Pudahuel, San Ramón no es banal que la opción republicana se haya impuesto por mayorías abrumadoras. Como también ocurrió -hay que subrayarlo- en localidades con altísima y amplia presencia mapuche.

Es urgente mirar a la sociedad chilena actual en sus distintas pulsiones sociales que no constituyen identidades tribales sino que condiciones sociales y económicas muy diversas en momentos que la política tradicional no les dice absolutamente nada. Si se quiere conversar con los chilenos de hoy se requiere ser flexible y escuchar a clases medias competitivas, liquidas, recelosas de la política actual. Así se requieren liderazgos sensibles, inteligentes, observadores y perspicaces de las percepciones actuales

Y en simultáneo millones de chilenos viven en condiciones de marginalidad y pobreza. Se requieren políticas que atiendan necesidades y que resuelvan asuntos fundamentales: la mejoría de las prestaciones de salud y un urgente plan de ataque a la delincuencia y al narcotráfico.

El letrero diría: líderes sencillos, cercanos, sensibles a la frustración y distancia de la población con ellos. Precisamos de liderazgos que apelen a los sentidos comunes, a las realidades cotidianas. Puede sonar populista pero ya se quisiera ver a ministros y autoridades que no sólo saquen la bicicleta sino que tomen el metro y muestren que son ciudadanos y ciudadanas como cualquiera de nosotros. Cuando eso ocurra la política en Chile empezará a cambiar.

Por Paulo Hidalgo, profesor Políticas Públicas. Facultad de Ciencias jurídicas y Sociales. Universidad de Talca.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.