Columna de Pedro Pellegrini: Del Perdón, Del Menosprecio y de los Monstruos
"En menos de seis meses de haber asumido, no hay semana en que el gobierno no haya cometido una equivocación que merezca la necesidad de dar explicaciones o de pedir disculpas."
Dentro de la variada cantidad de mensajería de texto que todos los días recibimos, uno de ellos me llamó poderosamente la atención. En éste se elaboraba la teoría que los continuos errores de los personeros de este gobierno no provienen tanto de su inexperiencia y juventud, sino que, más bien, de su mirada “gramsciana” de la realidad; en donde no importaría tanto banalizar a la autoridad, si con eso crece el caos y se cumple con el rol de socavar o destruir por dentro a las estructuras de “sociedad política”, para entregarle todo el poder a lo que el filósofo italiano llamó la “sociedad civil”.
No tengo claro si esa teoría es correcta, pero lo que es un hecho es que, en menos de seis meses de haber asumido, no hay semana en que el gobierno no haya cometido una equivocación que merezca la necesidad de dar explicaciones o de pedir disculpas.
Para los que tienen mala memoria, acá va un breve listado para el recuerdo de este primer semestre. De la primera ministra: el avión de inmigrantes deportados; la visita fallida e improvisada a la Araucanía; el uso del término “Wallmapu” y su reciente “se pegaron en la cabeza.” Por su parte, el ministro (y doctor) de economía, que señaló que el alza del dólar no sirve como referencia para medir la inflación; que se disculpó como gobierno con los locatarios de la zona cero, justo cuando se levantaban las querellas a los delincuentes; y, que declaró que la inflación es conveniente para las Pymes. Después, la ministra de salud, que denunció que los pacientes del hospital de Valparaíso eran sometidos a tortura; y, las adelantadas y extendidas vacaciones a los colegios. Seguimos con el Ministro SEGPRES, quien mientras asume la coordinación de las proposiciones del “apruebo para reformar” -a pesar de su obligación de prescindencia-, en paralelo se auto alababa de la superior escala de valores frente a gobiernos previos. Y, finalmente, de nuestro propio Presidente que, si bien no duda en poner la cara para decir “perdón”, tampoco se queda atrás con las erradas acusaciones al retraso del Rey Felipe, que generaron fuertes críticas (y sobrenombre incluido) en nuestra madre patria; o, con su crítica televisiva a Estados Unidos, por no estar presente en la Cumbre de las Américas para la Protección del Océano, estando John Kerry sentado a menos de 1 metro de distancia.
La historia de explicaciones o disculpas de nuestro Presidente también se remonta a su período antes de asumir, con: la polera de Jaime Guzmán; su alabanza al legado del FPMR; su enfrentamiento con militares en la plaza Italia; sus respetos a Hernández Norambuena; la reunión en París con Palma Salamanca; la venta del terreno de su padre al SERVIU; el viaje de su familia en un buque de la armada y con sus cambios de criterio en los retiros de las AFP.
No quiero desmerecer, en todo caso, la atención y el ánimo de pedir lo que se ha llamado “republicanas disculpas”, que obviamente son una forma válida de reparar con hidalguía el mal causado. Sin embargo, recordé haber leído un sabio consejo que decía que cuando uno pide “perdón”, debe asegurarse de comprender que esa palabra implica realmente decir tres cosas: (1) “lo siento;” (2) “es mi culpa”; y, (3) “no lo volveré a hacer o dime cómo puedo mejorar las cosas”. Sin esta última parte, que es la más importante, el gesto pasa a ser un ritual sin contenido, que sólo se usa por conveniencia política, para salir de una situación complicada y pasajera.
Lamentablemente, la constante repetición en el uso de este recurso político, sin que impliquen cambios reales, empieza no sólo a generar menosprecio o la obvia pérdida de credibilidad; si no que también, siembra la válida duda de si se trata o no de meras imprudencias; más aún si, en una entrevista con Pablo Iglesias en febrero pasado, nuestro Presidente citó a Gramsci diciendo: «El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos».
* El autor, es abogado, director de empresas.
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