Columna de Piero Trepiccione: Venezuela: ¿después de la polarización qué?

Partidarios celebran después de que la autoridad electoral anunció que el presidente venezolano, Nicolás Maduro, ganó un tercer mandato, durante las elecciones presidenciales, en Caracas. Foto: Reuters


Por Piero Trepiccione, politólogo venezolano y coordinador general del Centro Gumilla en el Estado Lara. Columna publicada originalmente en el medio Efecto Cocuyo.

Durante los últimos 25 años Venezuela vivió un proceso de polarización política muy acentuado con consecuencias muy duras para la convivencia democrática. El país estuvo dividido en dos partes apegadas a narrativas muy ideologizadas. Este fenómeno destruyó por completo el mínimo consenso necesario para mantener un horizonte común como nación y, a la par, impactó sobremanera la cotidianidad de las personas, tanto en lo económico, como en lo emocional.

Diferentes estudios así nos lo han demostrado en los últimos tiempos: Encovi, Psicodata, Enjuve, los informes económicos de la Cepal y el Banco Interamericano de Desarrollo, ACNUR, FAO, entre muchos otros.

Pero las cosas fueron cambiando los últimos años y pocos lograron detectar un fenómeno que fue apareciendo repentinamente sin avisar: la despolarización política. Las comunidades y las personas se fueron alejando (desconectando) de narrativas ideológicas y se fueron concentrando en sus esfuerzos por vivir y sobrevivir. El odio partidario se fue diluyendo paulatinamente. Ya no se juzgaba al vecino por su afiliación partidista sino por sus formas para surfear la crisis y esto rompió el círculo de la violencia política que, desde los extremos, se impulsó para afianzar tendencias.

Proceso silencioso

La elección de este 28 de julio se enmarca en este proceso silencioso de despolarización política. Si bien es cierto la polarización electoral entre los diferentes actores políticos está presente, los venezolanos no se han enganchado ni se han relacionado con la campaña desde el punto de vista ideológico, sino con la ecuación situacional y emocional. Esto, naturalmente, tendrá consecuencias que marcarán el rumbo del país a partir del día 29 de julio de este año.

Si un país se ha desideologizado, el comportamiento del liderazgo político debe ajustarse a ello. Los meses sucesivos deben acoplarse a esta nueva realidad. Y, aunque es normal que se produzcan fuertes resistencias en sentido contrario, difícilmente estas puedan poner trabas insalvables a la necesidad de fortalecer procesos de negociación que reinstitucionalicen la vida pública del país y la convivencia de factores de poder con visiones diferentes.

La sociedad desde abajo así lo está demandando y para ello, la búsqueda de resultados concretos y efectivos en las acciones de gobierno será clave para el reimpulso del desarrollo del país.

A partir del 29 de julio no se puede improvisar ni nadie en particular se podrá imponer desde su óptica personal o grupal. El clima de opinión pública tendrá una influencia determinante en las negociaciones que deben surgir a partir del resultado electoral y, aunque la geopolítica global muestre sus dientes e intereses en Venezuela, difícilmente un liderazgo que intente saltarse este marco, tendrá posibilidades de apoyos sólidos en lo interno.

Atención especial

La despolarización implica reconciliación en tanto y cuanto se pueda hacer política desde la convivencia democrática y desde la premisa de ser adversarios y no enemigos. Independientemente de la aplicación de justicia, que es un elemento esencial para la paz y el desarrollo, las posibilidades de abrir el juego de la democracia con pesos y contrapesos, ayudará a consensuar nuevos caminos hacia el desarrollo humano y económico de la nación. También subsanar las heridas provocadas por la masiva migración será un elemento clave para reconstruir la identidad nacional.

Los meses que restan de 2024, pero también los próximos dos años, según los promedios históricos para recuperar la convivencia democrática, van a poner a prueba al liderazgo político, social, económico y espiritual de la nación. Una sociedad que ha venido cambiando sin ser percibida, merece una atención especial y una madurez sin cortapisas. La esperanza sobre la Venezuela del futuro está viva y muy articulada en las actuales circunstancias, todos los caminos deben conducir a ello.

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