Columna de Rafael Sousa: El botón de género
El instinto de sobrevivencia política muchas veces lleva a sus actores a abusar retóricamente de los hechos cuya memoria merece más respeto o de las causas más dignas. Por años, algunos políticos usaron a la dictadura a conveniencia, como una especie de botón de pánico a mano cuando se veían arrinconados por cualquier motivo, necesitaban distraer la atención o inhibir moralmente a sus contradictores. Ese botón perdió su efecto, como cualquier recurso del que se abusa. En su reemplazo, el identitarismo ha ofrecido nuevas alternativas. Uno de los preferidos es el “botón de género”, que pone a disposición los objetivos más nobles del feminismo para transformar cualquier controversia en una de género, aunque nada tenga que ver. Busca instalar la sospecha de que toda crítica o desenlace desfavorable para una mujer, esconde una injusticia de ese tipo. Ese es el botón que han pulsado distintas autoridades del oficialismo, defendiendo a las ministras que han gestionado el caso Monsalve.
La ministra Orellana manifestó que “las responsabilidades políticas son indistintas al género”, pero que “es bien curioso que las principales señaladas por una acusación, por un delito de los más graves del Código Penal, sea en contra de dos mujeres que no son las acusadas”, refiriéndose a ella misma y a la ministra Tohá. Días después, la ministra Vallejo se preguntó “¿por qué, si tenemos enfrente a una persona acusada de violación, tienen que hacer responsable a ministras mujeres que tomaron las decisiones que les correspondían adoptar en cuanto a su cargo?”. ¿Qué subyace a estas declaraciones? Puede ser genuina convicción, aunque es lo menos probable y sería lo más preocupante. Significaría que la acusación de violación equivale a una sentencia y que los cuestionamientos a la gestión de las ministras deben ser limitados porque su género coincide con el de quien denunció ese horroroso delito. También puede ser estrategia, un intento por subir el costo a los críticos de las ministras, transfiriéndoles atributos machistas. Por último puede ser una forma de miedo a la exclusión, esto sería haber razonado en una dirección y declarado en otra, por temor a no parecer suficientemente feministas.
Cualquiera haya sido la intención, estas declaraciones tienen el efecto contrario al deseado, salvo entre los pocos que habitan la convicción de que toda controversia que involucra a una mujer es una de género. En vez de mirar con satisfacción cómo el feminismo, por ejemplo, ha ayudado a que hoy nadie cuestione públicamente la gravedad de la violación o atribuya a la eventual víctima alguna responsabilidad en el episodio (algo que hace pocas décadas más de alguno hubiera aludido), parecen necesitar algún enemigo, alguien a quien llamar machista. El horizonte de progresos para las mujeres depende en buena parte de que sus activistas entiendan la importancia de los límites, partiendo por no confundir la justicia de género con inmunidad, por no abusar del “botón de género”.
Por Rafael Sousa, socio en ICC Crisis y profesor de la Facultad de Comunicación y Letras UDP
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