Columna de Rafael Sousa: El presente del mapa político futuro

voto.png


El fenómeno más relevante de nuestro escenario político es el reordenamiento de las fuerzas. Es un proceso que, en su expresión más intensa, está en curso desde la campaña presidencial de 2021, que por primera vez dejó a los candidatos de las coaliciones tradicionales de derecha e izquierda fuera de la competencia. Desde ese hito, las entonces fuerzas emergentes – Republicanos y Frente Amplio- han conseguido triunfos en las urnas tan contundentes como los fracasos que han llegado sólo meses después, pese a lo cual se han sostenido como actores principales y con buena proyección. Esta vorágine los ha llevado a un estado de consolidación sin madurez que, combinado con el extravío programático de los viejos incumbentes, sólo puede llevarnos a pensar que la estabilización de nuestro sistema de partidos deberá esperar. En este contexto, los partidos han recibido señales que debieran atender durante 2024, el año en que el calendario electoral vuelve a la normalidad.

En primer lugar, el voto obligatorio ha mostrado que el comportamiento de los nuevos sufragantes no es igual al de los antiguos. La derecha, Republicanos especialmente, se siente más cómoda con esto y el hecho es que ese sector es el único que ha resultado ganador con este sistema (salvo que la izquierda reclame el triunfo del En Contra). En términos programáticos, la izquierda tiene la tarea de revisar la vigencia de la agenda post estallido social que, atenuada por el pragmatismo al que inclina el ejercicio del poder, todavía los condiciona.

El reordenamiento de las fuerzas políticas ha hecho lo propio con las alianzas. La gran misión del Presidente Boric como jefe de coalición -unir a la izquierda en un solo bloque- parece bien encaminada luego de que los partidos oficialistas anunciaran su unidad frente a las próximas elecciones de gobiernos regionales y locales. Es cierto: la coalición de gobierno es totalmente disfuncional. Basta ver las votaciones de parlamentarios oficialistas y las recriminaciones a sus socios. Sin embargo, la amenaza de que la derecha arrase en las próximas dos elecciones, debiera ser un estímulo suficiente para proyectar la unidad, por lo menos, hasta las elecciones presidenciales y parlamentarias de 2025. En la derecha el paso siguiente parece más claro: que Chile Vamos y Republicanos logren una buena negociación, que les permita efectividad electoral sin el sacrificio de identidad que les significaría una lista única. Pero el camino es tan claro como duro el recorrido y los costos de extraviarse pueden ser altísimos. La ecuación no puede dejar fuera a Demócratas, cuya líder tiene el mérito de estar dotando al centro de audacia, un atributo que en ese sector se había agotado con el plebiscito constitucional de 2022.

Por último, los actores que aún no existen o recién se asoman. El Frente Amplio y Republicanos crecieron en el fuego de la impugnación a la tibieza de la que acusaban a sus respectivos sectores. Luego de haber sacrificado buena parte de su programa de gobierno los primeros, y haber impulsado una nueva Constitución los segundos, los impugnados pueden ser ellos. El dilema será conservar el nicho o conquistar nuevos electores.

Por Rafael Sousa, socio en ICC Crisis, profesor de la Facultad de Comunicación y Letras UDP