Columna de Rafael Sousa: Mentalidad de pobreza
Muchas veces, los problemas sociales cuyo diagnóstico responde al tipo “cultural” son abordados con poca atención a sus fundamentos. Se los trata como si solo estuvieran radicados en la mente de las personas, ajenos a todo contexto. Como si se hubiera socializado un vicio que debería desaparecer si es reemplazado por una virtud, esperando que los individuos empiecen a obrar bien al darse cuenta de que lo hacían mal, o entiendan que lo que quieren puede ser distinto de lo que necesitan. Las estrechas anteojeras ideológicas y valóricas con que suelen evaluarse estos temas alejan aún más la posibilidad de entenderlos.
El debate sobre la caída en nuestras tasas de natalidad sirve para ilustrar el punto. De manera explícita o implícita, distintos actores han recurrido a patrones culturales estrechos para explicar el fenómeno. Generaciones egoístas, un feminismo que ha confundido los roles de género tradicionales, un capitalismo abusador que erosiona el proyecto familiar, todo ha servido para ofrecer explicaciones chatas a fenómenos complejos.
Nuestro otoño demográfico tiene raíces más profundas. Una es la propagación de lo que podríamos llamar “mentalidad de pobreza”. Esto deriva de la falta tanto de recursos como de tiempo, que producen un enfoque obsesivo en la escasez, lo que gatilla decisiones impulsivas y de corto plazo (Mullainathan y Shafir). También en la ausencia de proyectos. Es lo que estamos observando hoy en parte de la clase media chilena, particularmente entre los millennials y centennials, producto del estancamiento de los salarios reales y el encarecimiento del acceso a viviendas, entre otros. Esto ha encadenado con otro cambio cultural, que podríamos llamar “vida liviana”, en que mayores de 30 años, educados, siguen viviendo con sus padres o los dejan tardíamente para vivir con amigos, en un comienzo con resignación, luego con un sentido de identidad hacia este estilo de vida del que los hijos no forman parte. En esta lógica, muchos probablemente tampoco ven en sus profesiones u oficios un sentido de trascendencia, lo que puede explicar en parte que Chile sea el tercer país de la OCDE con menor permanencia en los empleos, otro síntoma de la “mentalidad de pobreza”.
La decisión de tener o no hijos es perfectamente legítima, pero probablemente está más inducida por una escasez multifactorial y menos por un egoísmo generacional u otra causa única. Esta tendencia parece destinada a acompañarnos por algunas generaciones porque, en nuestro fragmentado debate político, cuesta ver la forma en que pudiéramos aspirar a avanzar a la vez en mayor abundancia de recursos o tiempo, cuando la mayoría de las políticas que defienden alguno de esos aspectos es objeto de crítica -muchas veces fundada- por parte de quienes defienden las otras. Es un cambio cultural determinante y que puede tender hacia una sociedad menos estable, sin las anclas que moderan las preferencias políticas y de políticas públicas, como son la propiedad y la maternidad o paternidad.
Por Rafael Sousa, socio en ICC Crisis, profesor de la Facultad de Comunicación y Letras UDP
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