Columna de Ricardo Abuabuad: Una década de reconstrucción

La Araucanía


Entre el 5 y el 9 de diciembre de 1952, Londres quedó cubierto por una nube de humo (la “Gran Niebla”) que envolvió todo en un manto tóxico, obligó a cerrar el sistema de transporte, aumentó las hospitalizaciones en un 50% y provocó doce mil muertos. Tal fue la crisis, que ese solo fenómeno cambió la forma de enfrentar el tema para siempre, y abrió las puertas a una ciudad diferente.

En agosto de 2003, una larga e intensa ola de calor, con temperaturas que se mantuvieron elevadas incluso durante la noche, causó en dos semanas la muerte de 15 mil personas en Francia y de 5 mil en París y sus alrededores. La catástrofe detonó una comprensión de los devastadores efectos del cambio climático, y de una nueva manera de enfrentar el urbanismo y la sustentabilidad, con consecuencias hasta hoy.

Hay tragedias así, que, por su magnitud, obligan a actuar. El progreso de las ciudades no siempre es lineal, a veces se produce a “saltos”: crisis que ponen los temas urbanos en la agenda, le entregan al mundo político las herramientas que necesita, se convierten en una prioridad ineludible. Chile vive hoy uno de esos fenómenos.

Pero no se trata de un solo hecho, como en los casos de arriba, sino en amenazas que atacan nuestra calidad de vida en varios flancos al mismo tiempo. La crisis de vivienda, el abandono de los centros históricos, la violencia, el narcotráfico, las carpas, el deterioro de espacios públicos, el comercio ilegal, la gobernabilidad. Los incendios de las últimas semanas, con los 25 fallecidos, no son sino la más reciente de estas “plagas de Egipto”. Pero no se pueden mirar en forma aislada: estamos frente a uno de esos “momentos” decisivos.

El cuadro es tal que requerirá una década al menos de recuperación. ¿Estamos en buen pie para esta tarea enorme? Lamentablemente no. La primera amenaza es una resistencia de las autoridades que no parecen entender la magnitud de la crisis; la relativizan (recordemos el “cherry picking”); la ven como una serie de hechos aislados; son autoindulgentes con los indicadores; priorizan agendas que no se condicen con esta urgencia; tienen dificultades para convocar al mundo privado a un indispensable trabajo en conjunto; le han restado prioridad al CNDU o al montaje de Agencias de Ciudad. Nuestra institucionalidad es débil, con gobernadores que tienen pocas atribuciones, ministerios territoriales que trabajan independientemente, y pocas herramientas para llevar adelante un proyecto urbano.

Una década de reconstrucción, no menos que eso. Es posible, y los resultados valdrán la pena, tanto en calidad de vida como en capital de prestigio para quienes la lideren. Pero es necesario reconocer que esta tarea es fundamental, darle prioridad, y alinear todos los recursos para que funcione. Y todavía estamos lejos de eso: nuestra década de reconstrucción aún no se inicia. Porque si las tragedias no sirven para detonar un cambio, entonces se trata sólo de vidas y bienes perdidos, sin aprendizajes, y esa sí que es una doble tragedia.

Por Ricardo Abuabuad, decano Campus Creativo UNAB y profesor UC