Columna de Ricardo Abuauad: Diez amargos legados
Esta no es una columna para analizar el origen del estallido, ni para hablar de las causas justas que puedan haber detrás de él. Tampoco para tratar los intentos admirables para recuperar las heridas urbanas que dejó. Todo esto es clave, sin duda. Pero las historias dolorosas dejan lecciones solo si somos capaces de mirar la realidad sin rodeos. Aquí, 10 amargos legados del estallido en relación con nuestras ciudades:
Violencia: la ola que se desató con el estallido, solo atenuada por los meses de pandemia, marcó un punto de inflexión que no ha podido controlarse. La percepción de inseguridad y el miedo que comenzaron ese octubre cambiaron radicalmente las vidas y conductas de los habitantes de nuestras urbes.
Repliegue del Estado de derecho: la reacción contra las fuerzas de orden de esos meses fue aprovechada por el crimen organizado para tomar control de territorios, y para hacer imperar en ellos nuevos códigos.
Degradación de las relaciones: el ambiente que se vivió normalizó las agresiones como forma de relación -la funa, el ataque, la desconfianza-, con las consecuencias que ello tiene para la vida en ciudades.
Profundización de la segregación: los puntos anteriores explican que la segregación, que siempre ha existido en nuestras urbes, se profundizará, alentada por el temor y la violencia.
Destrucción del patrimonio: nuestros edificios emblemáticos rayados, quemados, vandalizados o destruidos es probablemente el legado más visible y doloroso del estallido.
Deterioro de los centros históricos: como foco primordial de los actos vandálicos, los centros urbanos son los que más sufrieron, con el impacto que ello supone en la pérdida de identidad y atractivo turístico para nuestro país.
Impacto en la industria de la construcción y en acceso a vivienda: las consecuencias económicas del estallido (acompañadas luego por la pandemia) provocaron el deterioro de las condiciones de crédito, la fuga de capitales, la quiebra de constructoras, y el agravamiento en la crisis de acceso a la vivienda.
Pérdida del comercio establecido y auge del informal: acompañando a la crisis de gobernabilidad del espacio público en el estallido, el comercio informal se tomó nuestras urbes, con un grave efecto para el comercio establecido, sobre todo en los centros.
Caída en el valor de las propiedades centrales: los puntos anteriores explican una importante pérdida patrimonial para los propietarios de bienes en áreas centrales, con pocos incentivos para que esto se recupere en el corto plazo.
Retroceso en la vida nocturna y cultural: dicho lo anterior, nuestras ciudades evidencian hoy un notable repliegue (en horarios, en variedad, en oferta) de su vida nocturna y cultural, que requiere, para prosperar, confianza, caminabilidad y sensación de seguridad.
Diez amargos legados, y seguramente hay más. No existe aprendizaje si no somos primero capaces de reconocer en nuestras urbes las heridas de lo que pasó. Solo así vendrán tiempos mejores para ellas.
Por Ricardo Abuauad, decano Campus Creativo UNAB y profesor UC
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