Columna de Ricardo Abuauad: Juegos, el efecto “showcase”

Panamericanos


Dos semanas, 60 eventos, 7.000 atletas, 2.500 oficiales, 22 comunas, 40 recintos de competencias, 90 mil visitantes, 317 mil puestos de trabajo. Una notable Villa Panamericana que, con 1.355 unidades pensadas para constituir ciudad y barrios bien conectados, será después un significativo aporte al déficit habitacional. Los juegos de este año son palabras mayores y nos pondrán, para bien o para mal, bajo los focos internacionales; el valioso (pero temible) efecto “showcase”.

Porque los juegos, los grandes juegos deportivos, tienen impactos diversos en las ciudades que los albergan. Probablemente, uno de los casos más positivos sea el de Barcelona 92, que trajo no solo transformaciones físicas, sino un reconocimiento internacional para la ciudad y los profesionales vinculados con esas obras y logros.

Pero no todos los casos son así. “Ser anfitrión de los Juegos Olímpicos es un mal negocio”, titula el economista Andrew Zimbalist un artículo de 2021 en el NYT; lo mismo hace el Washington Post, que encabeza una noticia asegurando que “Los Juegos Olímpicos son un desastre para la gente que vive en las ciudades anfitrionas”; o The Economist, que ese mismo año pregunta: “¿Son los Juegos Olímpicos un mal negocio para las ciudades?”. Ninguno de estos artículos habla solo de los gastos, pero todos mencionan los riesgos del efecto “showcase”. Es que estar en vitrina, con los focos de la prensa internacional apuntando a los logros, pero también a las inequidades e ineficiencias, los contrastes entre lo que queremos que vean y lo que preferiríamos no mostrar, y las fisuras sociales, es, inevitablemente, un desafío.

Hay varios rankings sobre las mejores y peores ciudades anfitrionas, y las segundas obtienen escasos beneficios del enorme esfuerzo hecho; entre ellas, Río de Janeiro 2016: el reporte “Juegos Olímpicos y ciudades”, del prestigioso think tank catalán Cibod, titula “De las mieles del Olimpo a la desilusión” el capítulo dedicado a esa ciudad. No queremos eso.

Aquí hay una lección muy clara: el éxito no se trata solo de las obras y la organización. ¿En qué otra cosa entonces se la juega el éxito? Estos eventos requieren de mística, un pacto social, un acuerdo para mostrarnos como un país capaz de superar sus diferencias, de olvidar las tensiones, de disfrutar y hacer disfrutar a las visitas de esta experiencia, de celebrar el deporte pero también la ciudad. Eso se percibe, y se aplaude.

Harold Mayne-Nicholls, director ejecutivo de Santiago 2023, dijo esta semana que en su ranking personal el mejor evento deportivo fue Alemania 2006, pero no solo por la precisión y la infraestructura, sino por una sociedad que reconciliaba sus diferencias y su historia, que luego de décadas se reencontraba para celebrar unida y alegre. Necesitamos que, cuando los atletas se vayan y los focos se apaguen, algo así se diga también de nosotros. Es que, bien vividos, estos eventos pueden ser sanadores.

Santiago debe ser una fiesta, como el París de Hemingway. ¡A celebrar unidos estos juegos y la ciudad que los alberga!

Por Ricardo Abuauad, decano Campus Creativo UNAB y profesor UC

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