Columna de Ricardo Abuauad: Plaza de Armas en la UCI
¿Qué rol juega la Plaza de Armas?, ¿cómo muta cuando la sociedad cambia? Preguntas de difícil respuesta, pero ese lugar emblemático justifica que pongamos los ojos en él. Con esa idea en la cabeza, y aprovechando una gestión que debía realizar, pasé el día martes recién pasado recorriéndola. Aquí lo que vi.
A pesar de la fuerte presencia policial y un ambiente simpático durante la mañana, la prostitución se instala en ella desde antes de las 10:00 am, mientras las familias con niños se toman fotos y los puestos de artículos religiosos se preparan frente a la catedral. Para mediodía y durante el almuerzo, los paseos Puente y Ahumada ya están saturados de comercio ambulante, que hace difícil caminar entre chucherías, delineado de cejas, puestos pop-up de empresas de telefonía, ropa interior, todo a voz en cuello. La tregua de personas almorzando en los portales limpios y ordenados le da un respiro, y hace casi olvidar las cortinas metálicas cerradas y rayadas en todas las cuadras a la redonda, incluyendo a Hites de Compañía con Ahumada y el Santa Isabel de Ismael Valdés Vergara. En los pasajes y galerías, varios a media luz, tramos enteros de sus fachadas interiores muestran letreros de “Se arrienda”. Alejándose un poco, la Casa Colorada, también con un cierro rayado, anuncia una restauración que debió terminarse hace más de un año. El Mercado Central casi vacío, mientras que la ancha vereda de Recoleta frente al Monumento de los Héroes de Iquique se ha transformado para esa hora en un mercado ilegal del tercer mundo.
Pero es más tarde cuando, a pesar de que se mantiene la presencia de Carabineros, la plaza se transforma en un prostíbulo al aire libre sin disimulo, grosero y agresivo, mientras que grupos religiosos llaman a la conversión en altos decibeles. Los puestos de comida en sus alrededores ya se han instalado, llenando el aire de olor a fritura. Todo es comercio ambulante, y la belleza de los edificios contrasta con la marginalidad y miseria de todo lo demás.
¿Es así que nuestra plaza se vuelve más propia, más democrática, inclusiva y diversa, más verdadera? No lo creo, esto nada tiene que ver con la alegría festiva de otras plazas latinoamericanas. Esta es triste, misógina y sucia. Mientras que la fachada de la Municipalidad reclama diversidad con sus cuatro banderas ondeando (chilena, comunal, LGBT y mapuche), la verdad es que no hay nada diverso ya en el espacio: los visitantes, oficinistas y locatarios desaparecen. Solo quedan los que buscan lo que esta “nueva plaza” tiene para ofrecer. Es imposible que la alcaldesa feminista no se sienta ofendida por la explotación de la mujer que ve si se asoma al balcón.
He pasado mi vida profesional en el centro o en su periferia, y conozco bien sus dinámicas, pero este desastre es otra cosa. Con total sinceridad, escribir esta columna es doloroso. Los espacios públicos pueden recuperarse cuando entran en crisis, se ha hecho muchas veces. Pero se necesita decisión y liderazgo; esto no puede esperar más.
Por Ricardo Abuauad, decano del Campus Creativo UNAB y profesor UC