Columna de Ricardo Abuauad: Sociedades paralelas
¿Trabas burocráticas en las iniciativas de integración social que anunciaban una más justa manera de repartir los beneficios urbanos? ¿Qué hay detrás de la idea de mezclar población de diversos orígenes y situación para generar mejores condiciones de vida?
El fundamento es claro: la ciudad es, además de un hecho físico, una plataforma de oportunidades. Pero esas oportunidades están desigualmente repartidas, por lo que el barrio donde se nace es fuente, para algunos, de redes y aprendizaje; y, para otros, de riesgos, delincuencia y estigmatización. Mientras ciertas comunas catapultan a sus habitantes a mejor educación y empleos, otras actúan como lastre. La llegada masiva de migrantes lleva esta situación a un nuevo escenario, el de “sociedades paralelas”. Al interior de una misma ciudad coexisten mundos distintos en patrones, códigos, recursos e incluso idioma, con barrios donde los beneficios de la ciudad no penetran. La integración social no es otra cosa que la voluntad de alterar ese destino, actuando sobre esta tendencia a la segregación, disolviendo el patrón de los estigmas. Un barrio mixto, además, contribuye a la cohesión social.
¿Hasta dónde se puede llegar en esa voluntad? Uno de los primeros experimentos, denominado Moving to Opportunity (MTO), en Estados Unidos, ofrecía a familias pobres con niños la alternativa (voluntaria) de desplazarse a mejores barrios. A pesar de que en un principio no se notaron cambios significativos en los adultos, nuevos estudios en Harvard demuestran que, a largo plazo, esos niños ganan hoy un tercio más que los que se quedaron en el barrio de origen. Pero el tema ha saltado estos días a la palestra por una decisión del gobierno de Dinamarca, publicada por el NYT, de demoler partes importantes de 15 barrios designados como “ghettos”, habitados mayormente por migrantes no occidentales que serán relocalizados. Estos barrios deben cumplir con dos de cuatro criterios: desempleo alto, baja educación, alto crimen y bajo ingreso. El objetivo es evitar focos de estigmatización y de peligro, de que se transformen en zonas “no-go”, que el resto de la población evita. La relocalización implica ayudarles a encontrar empleo en sectores mixtos, a aprender el idioma y a una educación preescolar obligatoria. Aunque también han existido críticas por racismo, por tratarse de un experimento de “ingeniería social”, y por destruir las redes de soporte que estos migrantes construyen con esfuerzo; y se la llama “política social con bulldozer”.
Pero el asunto va más allá. Está claro que el lugar de la ciudad en el que un niño crece no da lo mismo. Y que lo que hagamos hoy por mejorar ese entorno para los que serán los adultos de mañana es clave. Otros países llevan sus esfuerzos en este sentido muy lejos, mucho más de lo que está a nuestro alcance. Pero nosotros también tenemos sociedades paralelas que afectan la cohesión, exponen a su población a riesgos y hacen difícil que el Estado llegue a ellos. Es indispensable que avancemos en ese mínimo de integración que nos habíamos propuesto.
Por Ricardo Abuauad, decano Campus Creativo UNAB y profesor UC