Columna de Robert Funk: Trump el mago
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La velocidad y el alcance de los decretos presidenciales de Donald Trump han tomado Washington por sorpresa. Al Demócrata le ha costado responder, y nadie está seguro de lo que quiere lograr el presidente. ¿Realmente desea invadir Groenlandia, apoderarse del Canal de Panamá y reemplazar a los residentes palestinos de Gaza con casinos? ¿Realmente quiere intimidar a Canadá para que se convierta en el estado número 51?
Algunos creen que sí. Los canadienses se han vuelto inusualmente nacionalistas. Los daneses se han vuelto inusualmente militaristas. Los habitantes de Gaza están característicamente preocupados.
Otros piensan que todo se trata de que Trump sea transaccional: su táctica de apertura en alguna negociación futura. ¿Pero para qué? Las demandas que le está haciendo a Canadá de detener la inmigración ilegal y el fentanilo, son ridículas. Menos del 1% del fentanilo que ingresa a los EE. UU. proviene del norte.
O puede ser que Trump piense que en medio de todo el caos puede imponer su voluntad. Su plan para Gaza podría consistir menos en la construcción de una nueva Riviera en el Mediterráneo que en asustar a los actores regionales para que tomen medidas después de años de complacencia y expectativas poco realistas.
Hay una tercera opción, que no tiene nada que ver ni con Panamá, ni con Canadá, ni con el Oriente Medio.
Desde que llegó al poder, Trump ha decretado la congelación de las contrataciones en el gobierno federal, la prohibición de políticas de diversidad (DEI) y el reconocimiento formal de solo dos géneros, el fin de la ciudadanía por nacimiento y la masificación de deportaciones, que ya han comenzado. Ha tanteado con la idea de enviar migrantes a Guantánamo y criminales convictos a cárceles salvadoreñas. Quiere cerrar el Departamento de Educación y USAID, y emitió decretos para retirarse de la Organización Mundial de la Salud, los Acuerdos de París sobre el cambio climático y el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Está decidido a buscar venganza dentro del FBI que ha pasado años investigándolo.
Algunas de estas acciones, como retirarse del sistema multilateral internacional, son contraproducentes para los objetivos que el propio Trump dice tener. Le está entregando el control del sistema internacional a China y otros rivales. Otras, como negar la ciudadanía a los nacidos en territorio estadounidense, son totalmente inconstitucionales. Todos ellos agradan a su base política.
Pero los movimientos más preocupantes tienen que ver con el control sobre el gasto público que Trump ha entregado a Elon Musk. Un alto funcionario del Departamento del Tesoro, David Lebryk, renunció en protesta por las demandas de Musk de controlar directamente el gasto. Musk no ha sido confirmado por el Congreso y ocupa un puesto inventado, “Empleado Especial del Gobierno”. Además, sus negocios tanto en China como en Estados Unidos implican enormes conflictos de intereses. Por último, ni Musk ni el presidente tienen el poder de recortar unilateralmente el gasto público: el Artículo 1 de la Constitución le otorga al Congreso el poder exclusivo del gasto fiscal. Musk tampoco puede eliminar agencias creadas por el Congreso.
Entonces mientras Trump amenaza con invadir Groenlandia, convertir a Gaza en una colonia estadounidense y a Canadá en un estado, el hombre más rico del mundo está destripando al gobierno de EE.UU. a su gusto, lo que sin duda permitirá una reducción masiva de impuestos para los estadounidenses más ricos.
Trump, el showman, sabe que para que una ilusión funcione, es esencial distraer la atención de la audiencia de lo que realmente está haciendo. La técnica se llama desvío, que la Enciclopedia de Magia y Magos define como “la piedra angular de casi toda la magia exitosa”. El público se asombra y aplaude. Pero la realidad es mucho menos feliz.
Por Robert Funk, Instituto de Asuntos Públicos, Universidad de Chile.
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