Columna de Rodrigo Arellano: 1.758 días después

Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución
1.758 días después.


“Ante la grave crisis política y social del país, atendiendo la movilización de la ciudadanía y el llamado formulado por S.E. el Presidente Sebastián Piñera, los partidos abajo firmantes han acordado una salida institucional cuyo objetivo es buscar la paz y la justicia social a través de un procedimiento inobjetablemente democrático”. Así comenzaba el documento conocido como “Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución”, con este texto, firmado la madrugada del 15 de noviembre del 2019 por gran parte de los partidos políticos con presencia parlamentaria (con la excepción del Partido Comunista), se daba inicio a un periodo de nuestra historia que terminaría con el rechazo de dos proyectos constitucionales. El miércoles pasado recordamos dos años del primero de ellos; el más simbólico y polémico. Aquel que acabó con la pretensión de un sector de refundar el país; el del engaño de Rojas Vade; de los convencionales disfrazados de Pikachu y dinosaurio. Aquel que cuestionó la totalidad de las reformas profundas que proponía el programa de gobierno del actual Presidente Boric.

¿Qué lecciones nos dejó este proceso? No es posible comenzar a desarrollar ideas sin olvidar los días previos al acuerdo. La violencia que vivió el país y el respaldo a ella por parte de sectores del Partido Comunista y el Frente Amplio; el deterioro de ciudades, edificios, y metro de Santiago son, sin duda, uno de los episodios más repudiables de nuestra historia. Hago mención obligada porque hace pocos días el diputado Gonzalo Winter señaló que estos habían sido “marginal” en relación a lo vivido esos días. De marginal poco, de lamentable mucho.

¿Qué deberíamos olvidar de este proceso? Además de la violencia, es probable que la soberbia política con que sectores de extrema izquierda enfrentaron el primer proceso, y algunos de derecha el segundo, sea la causa primera de varios hechos que tenemos que lamentar. El resultado final es sin duda otro. Se desperdició una oportunidad para avanzar en un nuevo pacto de futuro. Oportunidad que pocas veces un país las tiene. Nosotros perdimos dos. Un triste legado para el futuro.

¿Qué podemos rescatar de este periodo? Algunos dirán que nada, y es una mirada válida, pero creo que injusta con la realidad. Existen al menos dos hechos que parece importante destacar. En primer lugar, que el país pudo resolver una crisis con democracia. Esto solo se logra en sistemas políticos maduros, y con instituciones que funcionan. Un segundo elemento es que los chilenos demostraron que no quieren cambios impuestos por mayorías circunstanciales. Esto es clave para entregar certezas jurídicas y estabilidad política y económica a un país. Chile se había destacado durante décadas por estos atributos, por eso es positivo volver por ese camino cuando parecía extraviado.

Han transcurrido 1.758 días desde la madrugada del 15 de noviembre de 2019. Nos vimos enfrentados a nuestras fortalezas y debilidades como sociedad, como sistema político. Nuestra democracia resistió a duros desafíos. Y aquí estamos. Con lecciones aprendidas, pero aún con reformas pendientes: las que son demandadas por la sociedad y las que requieren corregir un sistema político para responder a las exigencias de una ciudadanía cada día más compleja. Ahora, con lección en mano, la pregunta es ¿cómo seguimos?

Por Rodrigo Arellano, vicedecano Facultad de Gobierno, Universidad del Desarrollo

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