Columna de Rodrigo Guendelman: Jantelagen y desmesura
Inevitablemente pienso en nuestra situación país actual. Especialmente en el trato. Mejor dicho, en la desigualdad de trato. Esa fricción (una de varias) que se acumuló hasta explotar.
“Y ahora en Estocolmo, ¿qué es lo que más te ha atraído del lugar?”, le pregunta el periodista Christian von der Forst al publicista chileno Ignacio Della Maggiora en la revista Bulb! “La cultura del respeto y las organizaciones planas. Aquí el “tú no eres mejor que nadie” es clave, al grado que es una norma social. El eje de esta mentalidad nórdica es no creerse mejor que nadie y, en consecuencia, no atribuirse beneficios que no corresponden. Es así como “me vine rajado y me salté todo el taco, pero llegué a tiempo” terminan siendo conductas no entendidas por la sociedad, y en este sentido, antisociales. Si les interesa leer un poco del tema googleen Jantelagen”, contesta Della Maggiora. Era que no.
Lo primero que hago es buscar el concepto y las 10 reglas me sorprenden. Siento envidia (por lo que no somos) y pudor (por cómo, en general, somos). Son un tributo a la humildad, a la horizontalidad, un verdadero triturador de clasismo, de creer que uno tiene derechos adscritos. Estas son las reglas: No pienses que eres especial/ No pienses que eres especial para nosotros/ No pienses que eres más listo que nosotros/ No te creas mejor que nosotros/ No pienses que sabes más que nosotros/ No pienses que vales más que nosotros/ No pienses que vales para algo/ No te rías de nosotros/ No creas que alguien debe ocuparse de ti/ No creas que puedes enseñarnos algo. Ufff. Es como otro planeta.
Inevitablemente pienso en nuestra situación país actual. Especialmente en el trato. Mejor dicho, en la desigualdad de trato. Esa fricción (una de varias) que se acumuló hasta explotar. Y en otra palabra llena de significado: desmesura. Para que ocurriera el estallido social, “lo que se dio es una transformación del horizonte de aquello a lo que legítimamente se puede aspirar. Una transformación que, aunque no sólo es material, sino que toca otras dimensiones interpersonales, ha tenido un fuerte impacto en los significados actuales de lo que se considera digno, es decir, ha transformado los contenidos de la dignidad tanto en términos de las provisiones materiales como de las oportunidades sociales básicas”, dice la investigadora Kathya Araujo en el libro Hilos Tensados. Para leer el octubre chileno. Araujo explica que, al mismo tiempo, las experiencias de acceso a bienes materiales y no materiales se tradujeron en una imagen de mayor cercanía respecto de otros grupos sociales. “Cercanía que, aunque no es en absoluto una experiencia vivida (más bien al contrario), hoy ordena las expectativas de las personas acerca de lo que idealmente deberían ser las distancias sociales, y revela su rechazo a las formas en que estas han sido manejadas tradicionalmente por las élites”, agrega. Una expectativa puesta siempre en tensión por las profundas desigualdades en nuestro país. Pero, y esto es muy interesante, si bien la gente reconoce mejoras en las condiciones de vida, al mismo tiempo percibe que esto no ha tenido las mismas consecuencias para su calidad de vida o para su bienestar personal. Peor aún, dice Araujo, se han enfrentado a que eso que podían obtener implicaba grados muy altos de sacrificio personal.
“En términos generales, se expandió el sentimiento de que el precio a pagar era demasiado elevado. El cambio de la condición histórica desde esta perspectiva está asociado con una extendida y profunda experiencia de desmesura”. Desmesura. Qué palabra. Es como un antónimo de Jantelagen. “Un circuito compuesto por una articulación de desmesuras, desencantos, irritaciones y, finalmente, desapegos”, complementa esta psicóloga e investigadora. Y remata: “Resulta imposible entender la magnitud de los desapegos sin la intensidad de las desmesuras. No es posible dar razón de la virulencia de las irritaciones sin considerar la profundidad de los desencantos”. Tal cual.
Basta pensar en la desmesura de cada declaración lamentable de tantos exministros (que las flores baratas, que madrugar para pagar menos, que no pensé que había tanta pobreza y hacinamiento). En la desmesura de una vivienda social de 35 m2 donde deben arreglárselas para convivir seis, siete o más personas, en una comuna sin servicios ni comercio, y a dos horas de una notaría. En la desmesura de las veredas rotas y estrechas en el “Desierto” frente a esas anchas y sombreadas del “Oasis”, la clínica privada que te atiende en el acto frente a la espera de meses en el consultorio público, el liceo municipal o la escuela particular subvencionada donde el alumno, si tiene mucha suerte, estudiará en una universidad que perfectamente puede quebrar; o el vertedero ilegal que rodea la casa en Cerro Navia versus el parque impecable al que tiene vista el departamento en Vitacura. Hay tanta desmesura y tan poco Jantelagen. Y ese tipo de país, esa forma de relacionarnos, no aguanta más. De hecho, no aguantó. Es hora de reconstruirnos desde la mesura, la empatía y el respeto real, profundo, por el otro. De empezar, aunque sea, a probar con una de las 10 reglas nórdicas. De lo contrario, octubre será un eterno loop.
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