Columna de Santiago Montiel: De los docentes depende

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“La calidad de un sistema educativo no puede ser mayor que la calidad de sus docentes”, famosa frase de un policy maker surcoreano que fue capturada en el informe Mckinsey (2007). Básicamente, el techo de un sistema educativo es la calidad de sus docentes. La evidencia empírica respalda esa tesis. En el mismo informe se destaca que si dos estudiantes del percentil 50 son expuestos a docentes con alto y bajo rendimiento, luego de tres años, el primero se encuentra en el percentil 93 y el segundo en el 37, una diferencia de 53 percentiles (Sanders & Rivers, 1996). Las estimaciones sobre mayores ingresos varían, pero Chetty, Rockoff y Friedman (2011) calculan que reemplazar un docente del 5% de peor rendimiento por uno promedio aumenta el valor presente de los ingresos de una sala de clases en US$ 250.000 (aproximadamente US$ 349.000 al 2024).

En nuestro país, la profesión docente muestra síntomas de estar en crisis. La matrícula en primer año ha caído del orden de 20 mil docentes en la etapa pre-2011, a un promedio de 8 mil estos últimos años. Esto, está empujado principalmente por una baja demanda por estudiar pedagogía, que las nuevas restricciones a la oferta implementadas al alero de la Carrera Docente vinieron a profundizar (Ley 20.903). Al mismo tiempo, se proyecta un aumento en déficit docente que superará los 30.000 en 2030 (Elige Educar, 2021). A la vuelta de la esquina.

Al menos tres factores pueden ayudar a explicar la falta de interés que muestran los nuevos estudiantes por la carrera de pedagogía cuando la comparamos con sustitutas de alto puntaje de corte. En primer lugar, en términos salariales un egresado mediano de educación gana $831.200, un 25% menos que los de administración de empresas y derecho, y un 66% menos que los de carreras asociadas a la tecnología y la información (Casen 2022). En segundo lugar, las condiciones laborales de los docentes podrían argumentarse que son menos atractivas para una nueva generación de profesionales que valora la flexibilidad laboral; pero más básico que eso, los profesores deben desarrollar su labor en medio de un incremento de violencia y con la figura de autoridad en cuestionamiento por la sociedad. Así, las denuncias por maltrato a adultos de la comunidad educativa en la Superintendencia de Educación casi se han triplicado en los últimos 10 años.

Como tercer y último factor es la excesiva rigidez de la profesión docente. La nueva Carrera Docente, en su espíritu centralista, regula excesivamente la manera en que los docentes llevan adelante su profesión. Evidencia de esto es la obligación de participar en un sistema de tramos profesionales que restringe su avance profesional y salarial según sus años de experiencia. Por otro lado, la nueva asignación por tramo profesional no ha tenido la potencia suficiente para transformar la estructura salarial en una orientada a los incentivos. Así, esta asignación corresponde solamente al 9% del salario mediano de un docente a diciembre del 2022, según datos del CPEIP.

En los docentes descansa el futuro de nuestro país, de nuestros niños, niñas y adolescentes. El diagnóstico que existía previo a la Carrera Docente, lamentablemente, no ha cambiado mucho. Quizás es hora de replantearnos la manera en que concebimos la profesión docente. Si queremos que a ella ingresen los estudiantes con mayor motivación, compromiso y rendimiento académico, debemos orientarla hacia lógicas nuevas.

Por Santiago Montiel Zecchetto, Investigador de Horizontal

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