Columna de Sebastián Edwards: El 11 de septiembre de Alejandro Rojas, Presidente de la Fech
Alejandro Rojas era presidente de la FECH, y diputado del Partido Comunista. Al enterarse del alzamiento de las fuerzas armadas, montó, junto a su pareja Elena Orrego, en su Austin Mini amarillo y se dirigió hacia La Moneda. Al llegar a Plaza Italia se estrellaron con militares armados que les impidieron el paso. Entonces, se fueron al Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, en la Avenida Macul. Alejandro tenía 27 años y era estudiante de sociología. Elena, de 19 años, estaba matriculada en psicología.
Alejandro “Pipo” Rojas tenía un extraordinario don de la palabra. Sus discursos eran naturales y encendidos, llenos de ironía y sentido del humor, repletos de metáforas y salidas ingeniosas. Era tal su habilidad en las asambleas estudiantiles y en los debates parlamentarios, que sus adversarios lo apodaban “la Pasionaria”.
En el viejo Pedagógico hay cerca de 800 estudiantes de izquierda que esperan instrucciones de sus dirigentes. A través de un sistema de altoparlantes sintonizan las radios partidarias del gobierno, las que, una tras otra, son silenciadas por los amotinados. Hacia las diez de la mañana solo Radio Magallanes queda en el aire. En un silencio absoluto los estudiantes escuchan a Allende dar el discurso de “las grandes alamedas”. Hay un aire de despedida y de fin de época. Algunos estudiantes lloran.
Minutos después, un ruido áspero anuncia la llegada de tanques y militares. Pipo Rojas decide que su obligación es parlamentar con los oficiales, exigirles que respeten la autonomía universitaria y que no entren en el antiguo edificio. Se dirige, junto a Elena, hacia el acceso principal, cuando lo intercepta Fernando Ortiz, profesor del departamento de historia y miembro del Comité Central de Partido Comunista. Le pregunta, “¿Adónde va compañero Rojas?” Cuando Alejandro le explica, el historiador le pregunta si está loco. Le ordena, en nombre del partido, que se vaya inmediatamente a su lugar de seguridad.
Uno por uno, y en completo orden, los estudiantes evacúan el Pedagógico por la estrecha puerta trasera que da al Pasaje Las Encinas. Los últimos en salir son Alejandro y Elena, a quienes se les ha unido el diputado comunista Orel Viciani y cuatro custodios.
El Bando Número 10 de la Junta Militar conmina a medio centenar de dirigentes a “entregarse voluntariamente hasta las 16.30 horas en el Ministerio de Defensa Nacional”. Hacia el final de la lista, en el lugar 33, aparece Alejando Rojas Wainer,
En el Austin Mini Amarillo deambulan por la ciudad hasta que recalan en una casa de seguridad, en la residencia de un músico aclamado, sin militancia política conocida. El tamaño del grupo presenta un problema. Abandonan el Mini e intentan alterar la fisonomía de Alejandro: el pelo muy corto, de un rubio albino. Durante los días siguientes Alejandro y Elena pasan de escondite en escondite, de casa en casa, de departamento en departamento, de parcela en parcela. En total, son 18 guaridas. Se movilizan en una vieja Citroneta que conduce un tío de Elena. Ella en el asiento del acompañante, y Alejando recostado en el asiento trasero, tapado por una frazada.
El círculo se cierra y se hace cada vez más difícil encontrar dónde ocultarse. A principios de noviembre Elena se asila en la embajada de Honduras, donde se encuentra con su padre, el doctor Héctor Orrego. Luego de un mes parten a Tegucigalpa.
En el intertanto, Alejandro ha encontrado un lugar más o menos seguro donde guarecerse de las razias militares. Se oculta en una casa en el barrio de Providencia, con un amplio jardín. Cada vez que temen un allanamiento, Alejandro Rojas, “la Pasionaria”, se introduce en una noria que desde hace años no tiene agua.
A principios de 1974 el aparato clandestino del Partido Comunista logra trasladarlo al edificio donde, hasta el 11 de septiembre, funcionaba la embajada de la República Democrática de Alemania, ahora bajo la tuición de Finlandia. Un año más tarde, obtiene el salvoconducto. Su destino es Praga, donde será vicepresidente de una asociación de estudiantes progresistas patrocinada por la URSS. En esa ciudad nace su hijo Daniel.
Alejandro viaja por el mundo organizando la solidaridad con Chile. Es un trabajo arduo que lo mantiene alejado de Elena. Poco a poco, mientras más recorre y más conversa con personas de distintos ámbitos, se va desencantando de los socialismos reales. Descubre que esa vida de gitano y activista no es la vida que quiere. En 1978, viajan a Canadá. Estudian y trabajan. A partir de 1985, Alejandro funge como profesor universitario en temas del medio ambiente. En 1987 nace su hijo Tomás.
Elena y Alejandro nunca regresaron a vivir a Chile.
Alejandro Rojas Wainer falleció en Vancouver en abril del 2018, a los 73 años. Hasta el día de hoy sus viejos camaradas de la FECH lo recuerdan con admiración y cariño. Elena, Daniel y Tomás viven en Canadá.
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