Columna de Sebastián Edwards: El libro de los 50 años
Nunca conocí a Claudio Jimeno, sociólogo fusilado por el ejército chileno el 13 de septiembre de 1973 y, cuyo cuerpo destrozado, fue lanzado al mar desde un helicóptero años más tarde.
Tampoco conozco a su hijo, el abogado Cristóbal Jimeno.
Lo que sí hice fue leer La búsqueda, donde Cristóbal narra la historia de su padre, la de su ejecución en el campo de maniobras de Peldehue y de los años en los que la familia Jimeno Chadwick luchó por conocer lo que realmente sucedió en ese oscuro día oscuro. A pesar de estrellarse repetidamente contra un muro de silencio y de mentiras, él, su madre Isabel y su abuelo, el exsenador Tomás Chadwick, perseveraron hasta saber qué había pasado con Claudio, y recuperar unos mínimos restos óseos. El libro es conmovedor y horroroso a la vez. Arranca lágrimas y provoca admiración por el esfuerzo inquebrantable con el que el hijo busca la verdad sobre su padre. El texto es en coautoría con la periodista Daniela Mohor.
Claudio Jimeno fue un asesor del Presidente Salvador Allende y tenía una pequeña oficina en La Moneda. Desde donde fue tomado prisionero el 11 de septiembre de 1973 y trasladado hasta el regimiento Tacna, lugar en el que fue torturado y humillado. Dos días después, fue ejecutado junto a Enrique Paris, Eduardo Paredes, Jorge Klein, Arsenio Poupin y a un número indeterminado de escoltas del doctor Allende. Años más tarde, en un esfuerzo por ocultar los crímenes, en un operativo llamado Retiro de Televisores, el ejército exhumó los cuerpos y los tiró al océano Pacífico.
Hace unos meses, mi hijo Benjamín –que nació en California y sabe poco sobre Chile– me preguntó qué lecturas le recomendaba sobre lo que había sucedido en los tempranos setenta y, especialmente, después del golpe de Estado. Hice una lista de diez libros, que cubrían aspectos políticos, militares y económicos de la historia nacional. Textos que hablaban de la Guerra Fría, del marxismo leninismo, de las JAP, del paro de octubre, del MIR, de Patria y Libertad y del desabastecimiento.
Fue más o menos en esos días cuando cayó en mis manos La búsqueda. Bastó que leyera unas pocas páginas para convencerme de que esto era lo que debía leer mi hijo. En él se daba cuenta de los horrores de esa época, del quiebre del país en dos bandos irreconciliables, de las violaciones reiteradas de derechos humanos y del sufrimiento de miles de chilenos. Todo esto encapsulado en el drama de una familia concreta y real.
Claudio Jimeno nació en 1940 en una familia acomodada. Hizo sus estudios en el colegio Mackay de Viña del Mar y en el Barros Arana. Estudió sociología en la Universidad de Chile e hizo un posgrado en la London School of Economics. De regreso a Chile fue uno de los pioneros en usar encuestas para analizar la situación del país y ayudar en el diseño de políticas públicas. Militaba en el Partido Socialista y, con un grupo de colegas, preparaba informes periódicos para el Presidente. El 29 de junio de 1973, durante el llamado “tanquetazo”, Claudio se quedó en su casa, algo que Allende le recriminaría. Fue por eso que el 11 de septiembre no vaciló en dirigirse a su puesto de trabajo y quedarse junto al Presidente hasta que los militares tomaron el palacio por asalto.
En una muy buena reseña, Eugenio Tironi afirma que el héroe de esta historia es Claudio, conocido por sus amigos como el Conejo. No estoy de acuerdo. El héroe de esta saga es su hijo, quien al enterarse –a los 11 años– que su padre había estado junto a Allende el 11 de septiembre y había desaparecido dos días después, no claudicó hasta saber la verdad y que los hechores fueran juzgados y condenados. Demoró más de 40 años, pero nunca se dio por vencido.
Los episodios más conmovedores corresponden a la búsqueda de restos en un campo de cientos de hectáreas en las cercanías de Santiago. (Conozco el lugar, durante mi servicio militar, en 1970, hicimos maniobras repetidas en Peldehue, nunca me imaginé que pocos años más tarde esas tierras serían testigo de uno de los peores crímenes de nuestra historia). Un equipo de arqueólogos y antropólogos van rastreando el terreno, removiendo el suelo, para buscar indicios humanos entre toneladas de tierra. En paralelo, la burocracia trata, por todos los medios, de detener el proceso, de convencer a la familia que no hay restos, que un grupo de elementos desquiciados, dentro del ejército, actuó por sí solo y, luego de matarlos, los echó al mar sin poder determinar su ubicación.
Es a estas alturas del relato cuando aparece una admirable heroína: la jueza Amanda Valdovinos, “una mujer de baja estatura y menuda, de fino trato y de voz suave”. Donde, detrás de esa imagen de cierta fragilidad, se esconde lo mejor del carácter de las mujeres chilenas. Una determinación a toda prueba por llegar al meollo del asunto, establecer la verdad y procesar a los hechores de los crímenes de lesa humanidad.
Este volumen no solo debe ser leído por mi hijo, lo deben hacer todos los chilenos y chilenas al conmemorarse el 11 de septiembre de 1973, incluso como lectura obligatoria en los establecimientos escolares. Es un texto esencial que, sin odios ni revanchismos, pero con firmeza, nos habla de situaciones que no debieran volver a suceder nunca jamás.