Columna de Sebastián Edwards: Esta horrible recesión rosa, mujeres y la doble carga del Covid-19
La crisis del Covid-19 ha golpeado en forma especialmente dura a las mujeres, al punto que los medios globales ya hablan de “la recesión rosa.”
Desde luego, asociar el color pálido y delicado con lo femenino es equívoco, y para las feministas bordea con lo ofensivo. Pero la etiqueta ilustra un aspecto importante de la crisis sanitaria y de sus consecuencias económicas, sociales y de género.
Durante la recesión que nos azota, el desempleo ha sido más alto entre las mujeres, la caída de salarios ha sido mayor entre las mujeres, y las labores del hogar han recaído especialmente sobre las mujeres. En Chile, casi el 90% de las mujeres que perdieron el empleo no ha regresado al mercado laboral. Según Pilita Clark, la periodista del Financial Times, las mujeres, en el mundo entero, dedican, cada día y en promedio, cinco horas a ayudar a sus hijos en las clases en línea. Sus parejas masculinas dedican menos de dos horas a esa labor.
Lo anterior me recuerda a la escritora sueca Linda Bostrom, quien hasta hace poco estaba casada con el noruego Karl Ove Knausgaard, con quien tuvo cuatro hijos. La fuente de esta historia es la aclamada novela autobiográfica del propio Knausgaard, Mi Lucha.
Linda y Karl Ove tienen un acuerdo sobre las labores del hogar: 50% de las funciones las cumple cada uno. El cuidado de los niños, la cocina, las compras y el aseo. Esto les da igualdad de condiciones para dedicarse a su profesión, que es la escritura. Pero un día, Linda enfrenta a Karl Ove y le dice que él está haciendo menos de lo acordado. El novelista se disculpa y promete que no volverá a suceder.
Al cabo de unas semanas la situación se repite. Pero esta vez él está preparado. Saca un papelito en el que ha anotado todas las tareas cumplidas. Como un contador, enumera las veces que cada uno cambió los pañales, los minutos que pasaron con los niños en el parque, la multitud de mamaderas preparadas, las cenas cocinadas, los platos y ollas lavados, los metros cuadrados desinfectados, el número de historias leídas antes de dormir, y la cantidad de veces que les pusieron y sacaron las ropas a las cuatro criaturas. Karl Ove culmina el recitativo diciendo algo así: “¿Viste? Yo he hecho más de la mitad de las labores. Cumplí con mi parte. No te fallé”.
Linda se queda en silencio y luego de unos segundos dice que él no entiende nada, que no todos los minutos o las horas son iguales, que los niños le exigen a ella atención total y permanente. Cuando él va al parque con los niños, lleva el periódico, el que lee mientras los chicos juegan. En casa, él mira el fútbol por TV mientras se supone está cuidando a John. Si éste llora, indicando que sus pañales están mojados, Karl Ove le da unos golpecitos en la cabeza y le dice que espere hasta el entretiempo. Linda explica que nada de eso es posible cuando ella está a cargo de los críos, y que la simple división del tiempo en dos partes iguales no es ni justa ni suficiente.
Linda afirma que hay que corregir por la calidad y por la intensidad de la atención que cada uno les dedica a los pequeños. Lo equitativo es que él se encargue durante más de la mitad del tiempo. Quizás un 60% o un 70%. Solo entonces ella tendrá la tranquilidad que necesita para dedicarse a lo suyo, que es la literatura.
Karl Ove la mira, atónito. Para él, el asunto es muy simple: hay labores que cumplir, y la equidad significa que cada uno se encargue de la mitad. Nada impide que Linda mire la televisión durante sus horas de guardia. Él ha hecho lo suyo. En vez de discutir, se pone la casaca y sale a la calle a fumar.
Al poco tiempo, Linda y Karl Ove se divorcian.
Él es hoy día uno de los escritores más famosos y admirados del globo; ella es apenas conocida. A él lo reconocen, lo asedian y le solicitan autógrafos, sus libros se venden por doquier, le piden artículos para The New York Times y otras publicaciones. Una crítica dijo, con admiración, que, al escribir sobre los detalles de la domesticidad, se había apropiado, con éxito, de un tema femenino.
La historia de Linda es diferente. Dolida porque Karl Ove divulgó las miserias de sus batallas con la bipolaridad, trata de armar su vida como escritora. Quizás sea una exageración decir que cabalga entre la invisibilidad y el desconocimiento, pero no es muy alejado de la realidad; profesionalmente usa el apellido de su exmarido.
Lo anterior no es una fábula. Es una historia verdadera sobre tiempos normales en un país progresista, una historia sobre la doble carga que llevan las mujeres. La pandemia, con sus inequidades y horrores, es el momento para empezar un proceso de alivio. Proceso que requiere de cambios culturales -los más difíciles- y legislativos. ¿Qué esperamos?
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