Columna de Sebastián Edwards: La infiltración ideológica en Chile: el Proyecto Camelot
Hace unos días, durante el lanzamiento del libro El Proyecto Chile. La historia de los Chicago Boys y el futuro del neoliberalismo (Ediciones UDP, 2024), el rector Carlos Peña preguntó si esa iniciativa fue parte de un esfuerzo amplio del Departamento de Estado por infiltrar ideológicamente a Chile. Desde luego, el mentado proyecto tenía un claro componente doctrinario. Después de todo, era parte de la estrategia de EE.UU. durante la Guerra Fría. Pero, no fue el más ideológico de los programas gringos. Ese fue el Proyecto Camelot, un programa casi olvidado que buscaba infiltrar las ciencias sociales. Mientras los Chicago Boys eventualmente tuvieron éxito, Camelot fue un rotundo fracaso.
A fines de 1964, después de haber sufrido una gran humillación en Cuba durante la invasión de Bahía Cochinos, el ejército estadounidense quiso predecir las revoluciones en América Latina. La American University, en Washington D. C., recibió una subvención de cuatro millones de dólares para desarrollar un modelo predictivo que entregara la probabilidad de un estallido social-revolucionario. El director del programa era el sociólogo Rex Hopper, autor Un siglo de revoluciones.
Como se reveló más tarde, el US Army inició el Proyecto Camelot sin consultar al Departamento de Estado. De hecho, Ralph Dungan, embajador de los Estados Unidos en Chile, se enteró de la iniciativa a través de un artículo publicado el 12 de junio de 1965 en El Siglo, diario del Partido Comunista. Ese mismo día, estalló una gran controversia en ambas capitales. En nuestro país, políticos de todas las tendencias rechazaron lo que consideraron una flagrante intromisión extranjera. En Washington D. C., los funcionarios del Departamento de Estado se indignaron al descubrir que el Ejército estaba actuando por su cuenta.
Uno de los académicos estadounidenses involucrados en Camelot había nacido en Chile y había sido educado en nuestra Escuela Naval. Hugo G. Nutini, era un joven antropólogo de la Universidad de Pittsburgh, que estaba interesado en entender la historia y el funcionamiento de su país natal. De ascendencia italiana, se había destacado como gran atleta. De hecho, clasificó, como chileno, para las pruebas de 800 y 1.500 metros en los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952. A mediados de la década del cincuenta, Nutini se convirtió en ciudadano estadounidense y sirvió en el US Army durante la guerra de Corea. En 1962, obtuvo un doctorado en UCLA. Su disertación trató sobre comunidades indígenas en Tlaxcala, México.
En marzo de 1965, Nutini viajó a Chile, se reunió con científicos sociales de la Universidad de Chile y la Universidad Católica, y les ofreció un financiamiento generoso para sus investigaciones y trabajos en terreno. Según los involucrados, Nutini no reveló el rol del Ejército norteamericano, ni dijo que los objetivos eran predecir revoluciones y discernir cómo derrotarlas. Les aseguró a sus colegas –los sociólogos Raúl Urzúa y Eduardo Hamuy– que el financiamiento provenía de la prestigiosísima National Science Foundation.
Las autoridades universitarias en Chile comenzaron a sospechar después de que el sociólogo noruego –un gran crítico de los EE. UU.– Johan Galtung publicara una versión en español de la carta de invitación enviada por el Ejército de los Estados Unidos a varios académicos. El 23 de abril de 1965, Álvaro Bunster, el número dos de la Universidad de Chile –en realidad, la persona que manejaba la universidad– confrontó a Nutini. Le mostró una copia de la carta y le pidió explicaciones. El antropólogo alzó los hombros y dijo que estaba tan sorprendido como sus colegas chilenos.
En los meses siguientes, los periódicos en Chile y Estados Unidos estuvieron llenos de historias sobre el fallido proyecto. En ambos países se iniciaron investigaciones para aclarar lo ocurrido. En Estados Unidos, la principal pregunta era cómo era posible que el Ejército actuara por su cuenta. En Chile, el tema era la intervención extranjera. El diputado comunista Jorge Montes, acusó a Estados Unidos de ser una fuerza neocolonial. Insistió en que el gobierno debía retirar las visas de los científicos sociales estadounidenses que trabajaban en Chile, incluyendo a los asociados con los Chicago Boys. La Cámara de Diputados llamó a declarar a veinte testigos, incluyendo a Ricardo Lagos Escobar y Andrés Bianchi.
El Proyecto Camelot fue desmantelado tan rápidamente como se lanzó. En un extenso artículo de 1968, el sociólogo Robert A. Nisbet hizo una evaluación devastadora: “El Proyecto Camelot bien podría ser el peor proyecto científico desde que el rey Canuto intentó controlar las mareas: el peor concebido, el peor asesorado, el peor diseñado y el peor ejecutado”.
Dos años después, quedaba muy poco a nivel académico. Unos pocos estudiantes doctorales que habían comenzado a trabajar como asistentes de investigación terminaron sus disertaciones y publicaron uno o dos artículos. Pero eso fue todo. Lo que sí logró el incidente fue aumentar el escepticismo de los chilenos hacia las motivaciones de Estados Unidos. En la mente de muchos intelectuales, el episodio confirmó lo que habían sospechado durante mucho tiempo: que el país del norte tenía con ambiciones ideológicas, y que seguía actuando según el dictado de la Doctrina Monroe: “América para los americanos”.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.