Columna de Sebastián Edwards: Las razones para no invertir en Chile
El ministro Mario Marcel no ha logrado revertir el deterioro de la imagen de Chile entre los inversionistas extranjeros. En su viaje a Nueva York se reunió con ejecutivos de multinacionales y con banqueros de inversión, y trató de convencerlos de que todo iba viento en popa en la angosta y larga franja de tierra. Disertó sobre las reformas tributaria y de pensiones, sobre el ajuste fiscal, y sobre el futuro prometedor de la economía chilena. En las conversaciones se habló de litio e hidrógeno verde, y del nuevo énfasis en los temas medioambientales. Los ejecutivos lo escucharon con atención y respeto, y le hicieron una multitud de preguntas, incluyendo cómo seguirá el proceso constituyente. Mientas todo esto sucedía, el “riesgo país” de Chile alcanzaba sus mayores niveles en más de una década (medido por las tasas del instrumento CDS a 10 años).
La mayoría de los participantes lo conocían desde sus tiempos en el Banco Central y tienen la mejor impresión del ministro. Uno de ellos – un veterano de las inversiones en América Latina – me dijo que las presentaciones habían sido muy buenas. El problema, agregó, fue que, a pesar del esfuerzo, Marcel no logró encantar a nadie.
El inversionista me aclaró que el ambiente no fue de tragedia o de crisis inminente. Pero tampoco hubo ese entusiasmo casi ilimitado de hace quince años. Nadie habló de un país en una curva ascendente que se acercaba a paso seguro hacia el desarrollo. Al contrario, se dijo que Chile tenía un buen performance histórico, un muy mediocre performance actual, y un futuro nebuloso y de gradual decadencia.
Le pregunté si él y sus clientes seguirían invirtiendo en Chile. Me dijo que sí, pero que lo harían con cautela, y que en su portafolio Chile tendría un rol más escuálido que hace unos años. Luego agregó que había muchas razones para estar escéptico y tener dudas. Muchas razones para no invertir en Chile; razones tanto de corto como de largo plazo.
Le pedí que se explayara.
En lo inmediato, me dijo, hay preocupación por las políticas y la visión del gobierno. El problema, afirmó, es que la mayoría de las autoridades – empezando por el mismo presidente – no entienden cómo funcionan las economías modernas. Tienen un esquema mental en el que conviven la nostalgia nacionalista-proteccionista del siglo XX con las buenas intenciones y el buenismo de los millenials.
Me dijo que la oposición al TPP11 ilustraba con claridad esa falta de entendimiento y de modernidad. El rechazo al mecanismo de resolución de conflictos es solo un pretexto. La verdad, agregó, es que no creen en la globalización ni entienden cómo opera el comercio internacional moderno, con sus alambicadas cadenas de suministro. Abogan por un neo-proteccionismo que haría retroceder al país y lo devolvería a la mediocridad latinoamericana. Remató diciendo que a ningún experto y estudioso serio le cabía dudas que los años de gloria de la economía chilena – entre el 2000 y el 2015, cuando Chile estuvo en el primer lugar de la región – habían sido posibles gracias el boom exportador. “Sin la apertura y los tratados comerciales Chile sería hoy como Ecuador,” concluyó.
En seguida habló de las dos reformas emblemáticas. Con respecto a las pensiones dijo que los ideólogos del gobierno no entienden el funcionamiento de los mercados laborales. Chile es uno de los pocos países que no usa impuestos al trabajo para financiar el componente solidario de las pensiones (la PGU). Al dedicar el nuevo aporte del 6% a un llamado “fondo solidario” (basado en el reparto) se retrocederá enormemente en ese terreno. Los impuestos al trabajo reducen el empleo y fomentan la desigualdad. El necesario y urgente aumento en la solidaridad debe financiarse de manera amplia, desde los impuestos generales.
Pero más grave que eso, me dijo, es que al darle un monopolio (casi) total al Estado en materia de pensiones - los privados solo gestionarían parte de las inversiones del 10% -, la reforma de pensiones corre el riesgo de trabar y jibarizar al mercado de capitales, el que ha jugado un rol fundamental en el despegue del país. “Pero a ellos no les preocupa, porque no entienden,” agregó.
También criticó aspectos de la reforma tributaria, la que tildó de “una ilusión llena de buenas intenciones”. Auguró que, con suerte, recaudaría 2% del PIB, a costa de una menor inversión.
¿Y el largo plazo?
Según mi amigo, es ahí donde posiblemente haya mayores debilidades. La mano de obra chilena es cara y no tiene las calificaciones requeridas para una economía moderna. El sistema educativo es anticuado, la educación pública es disfuncional, y la educación a adultos es prácticamente inexistente. Según un informe reciente de la Ocde (Skill Matters, 2019), los trabajadores chilenos están en uno de los últimos lugares en comprensión de lectura y habilidades analíticas. Con esta situación paupérrima será imposible cambiar en forma eficiente la matriz productiva. ¿Y qué han hecho las autoridades al respecto? Hasta ahora, nada.
Una vez terminado el zoom quedé cabizbajo, y me pregunté si habría sido un error de mi parte llevar dinero a Chile, hace tan solo unos meses, para hacer una inversión.
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