Columna de Sebastián Edwards: Mariana Mazzucato llegó tarde al velorio
La visita de Mariana Mazzucato a Chile no dejó a nadie indiferente. Funcionarios de gobierno, políticos importantes, y “grupis” de todas las layas se tomaron selfis y alabaron cada palabra de la espigada economista. Los opositores la criticaron con fuerza. Cuestionaron sus ideas, dijeron que no había publicado en revistas indexadas, y que no era otra cosa que un invento mediático del progresismo internacional; una especie de impostora que hablaba de corrido, tenía un agudo sentido del humor, y repetía sandeces.
Al llegar a Chile la economista declaró que tenía gran interés por el “experimento” chileno y que quería presenciar el proceso por medio del cual las fuerzas de izquierda iban a “matar al neoliberalismo.”
Su uso de la palabra “experimento” causó consternación generalizada. Personeros del gobierno se apresuraron en decir que Chile no era un laboratorio, y la oposición se burló del hecho que una anti-neoliberal de fuste fuera financiada por, nada menos, que SQM. Al enterarse de quién era Julio Ponce, Mariana canceló el evento masivo en el que disertaría ante la élite más encumbrada. Adujo problemas de agenda. Los rumores indican que al cancelar el seminario dejó de percibir un jugoso honorario – entre 30 y 50 millones de pesos por dos horas de trabajo. Pero el daño a su reputación de progresista hubiera sido mayúsculo si se hubiera corrido la voz de que era financiada por el exyerno de Pinochet.
En lo personal, a mí no me molestó el uso del término “experimento.” Después de todo, en 1991 publiqué (con Alejandra Cox) un libro titulado “The Chilean Experiment”. Lo que sí me preocupó fue que quisiera ser testigo de la muerte del neoliberalismo.
Empecemos por el principio: para matar algo, ese algo tiene que estar vivo. No se puede matar a algo o alguien que ya está muerto. Entonces, una pregunta que debemos formularnos es si hoy – a mediados de noviembre del 2022 --, el “neoliberalismo” está vivo en Chile.
La pregunta parece trivial y susceptible de ser contestada con un “sí” o un “no”. Pero las cosas no son tan simples como parecen. En el centro del asunto está la definición de “neoliberalismo”. ¿A qué diablos corresponde, exactamente, ese modelo? Durante las últimas semanas el tema se tomó el debate público. Diversos intelectuales – incluyendo exmiembros de la constituyente – han escrito ensayos, columnas y cartas al director. Los argumentos han sido de todo tipo: algunos alarmantemente baladíes, otros con profundos vacíos históricos, los menos han sido profundos y con cierta originalidad.
Hay que reconocer que la controversia sobre qué es el neoliberalismo no es exclusivamente chilena. En todo el mundo los medios “bastardizaron” el término, estirándolo hasta que dejó de tener utilidad razonada y descriptiva. “Neoliberal” ya no es una categoría analítica, se ha transformado en un verdadero insulto.
Como reacción a esta “bastardización”, un grupo de académicos ha tratado de fijarle contornos y definir el término en forma precisa. Para mí, la definición más útil es que el neoliberalismo es “la mercantilización de casi todo”. Es un modelo en el que el mercado se usa para resolver prácticamente todos los problemas de la sociedad, incluyendo problemas culturales, sociales, medioambientales y deportivos. Es un modelo que recurre a los mecanismos de mercado para enfrentar temas como pobreza y desigualdad, salud y recreación, diversidad y segregación, pensiones y seguridad pública.
Como dijo Michel Foucault, el famoso filósofo francés, el mayor y más formidable representante del neoliberalismo es Gary Becker, el profesor de Chicago y Premio Nobel que visitara Chile en tres oportunidades para conocer de cerca cómo avanzaba el “experimento” lanzado por sus exalumnos.
Armados con esta definición, podemos preguntarnos si lo que hoy hay en Chile es un modelo neoliberal. Y no hay que ser un genio para responder con un rotundo “no”. No cabe dudo que en Chile hubo un modelo neoliberal – modelo que, por lo demás, funcionó muy bien hasta el 2010-2015. Tampoco hay que ser un genio para concluir que, poco a poco, ese modelo se fue aguando y perdiendo fuerza hasta morir.
Como los personajes de toda buena novela, el neoliberalismo chileno fue mutando con el paso del tiempo. Empezó en forma ortodoxa con las “Siete Modernizaciones” de José Pinera y Pinochet, se transformó en un “neoliberalismo pragmático” con Hernán Büchi como ministro de Hacienda, y morfó en un “neoliberalismo inclusivo” durante los primeros años del retorno a la democracia.
El modelo empezó a agonizar en el segundo gobierno de Michelle Bachelet, con la reforma educacional y la gratuidad, y terminó de morir después de la revuelta del 2019. Simbólicamente la muerte final del neoliberalismo se dio con la aprobación de la PGU a principios de este año. La mayor parte de las pensiones ahora las paga (y seguirá pagando) el estado.
No hay que engañarse: cualquiera sea el resultado de la reforma de pensiones (6% a reparto, o 3 y 3 reparto y cuentas individuales, o cualquier otra combinación) o del segundo intento de nueva constitución, el neoliberalismo seguirá bien muerto. Chile tiene hoy un modelo mixto en el que interactúan mercado y Estado. El actual gobierno quiere mucho más Estado, pero no parecen estar las condiciones políticas para lograrlo.
Mariana Mazzucato, llegó tarde al velorio. Aunque, no está de más recordar que, como en la película de Guillermo Arriaga “Los Tres Entierros de Melquíades Estrada”, el sepelio final puede tomar tiempo y estar rodeado de suspensos y peripecias. Lo que nunca está en duda en el filme es que, a pesar de que aún no lo han enterrado, Melquíades está bien muerto.
(Agradezco a Inés Correa por sugerir el título de esta columna).
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