Columna de Sebastián Edwards: Nuestra preocupante falta de audacia
“¿En qué momento se ‘chingó’ Chile?” .
Desde hace un tiempo, esa pregunta ronda a nuestro largo y angosto país. A ella le siguen otras igualmente angustiantes: ¿Qué fuerzas torcieron nuestro destino luminoso? ¿Podremos recuperarnos y retomar la marcha mágica que nos elevó al primer lugar de la región? ¿Tenemos futuro, o estamos “jodidos” para siempre?
Durante la primera mitad de la década de 1950 Chile era un país “del montón” en el concierto latinoamericano. Nuestro ingreso per cápita era igual al 43% del de Nueva Zelandia, un país al que por años hemos aspirado parecernos. En 1971, nuestro PIB por persona era el mismo 43% del de NZ. Luego vinieron años de inflación, ajustes, y retrocesos. En 1990, al retornar la democracia, nuestro producto per cápita era tan solo 35% del de NZ. En términos relativos nos habíamos alejado en 10 puntos porcentuales de uno de nuestros países de referencia.
Pero, fue justamente en 1990 cuando las reformas modernizadoras y de mercado empezaron a dar frutos. La combinación de un sistema democrático, instituciones sólidas, y buenas políticas públicas crearon un círculo virtuoso. Ese año marca el comienzo de los “treinta años” que nos catapultaron hacia adelante. Al terminar el gobierno de Patricio Aylwin, ya teníamos un ingreso igual al 46% del de NZ. Al finalizar la administración de Ricardo Lagos nuestro ingreso se empinaba al 53% del de NZ. Durante los años siguientes la brecha entre NZ y Chile siguió cerrándose. Este proceso continuó hasta el 2014, año en el que nuestro ingreso per cápita llegó a ser dos tercios (66%) del de Nueva Zelandia.
Muchos pensaron que con ese ritmo nos asegurábamos la entrada al club de los países avanzados. Era, tan solo, cosa de tiempo. En 10 años alcanzaríamos a NZ, y en 15 seríamos tan prósperos como España.
Pero nada de eso sucedió.
A partir de 2014, en vez de avanzar, retrocedimos. El 2018, nuestro ingreso por persona había caído al 58% del de NZ, y en 2023 habíamos retrocedido a un 55% del oceánico país. En breve, alrededor del 2015, nos “chingamos”. Así de simple, y así de triste.
No es una casualidad que el 2014 se haya reemplazado el sistema binominal por un pésimo sistema proporcional que fomenta la fragmentación política, los mini partidos, y los políticos irresponsables. Se ha dicho hasta el cansancio, pero debe repetirse: Con 22 partidos en el congreso es casi imposible lograr acuerdos y hacer avanzar legislación importante y de sentido común. Nuestra política está trancada. Chile necesita, urgentemente, una reforma política. Pero no una reforma simplona y boba, tipo “Ratón Mickey”. Necesitamos una reforma profunda, una reforma que reduzca el número de partidos a cuatro o cinco, que fomente los acuerdos, que castigue a los díscolos y a los irresponsables. La base de esta reforma son distritos más pequeños, uninominales. Un diputado o diputada por cada uno de ellos.
Pero tan importante como reformar el sistema político, es retomar la “audacia” en política económica. Pensar en grande, fuera de la caja, tratar de alcanzar el cielo, aspirar a lo (casi) imposible. Eso es lo que se hizo hasta, aproximadamente, el 2014.
Hay políticas que hoy nos parecen normales, pero que en su momento fueron realmente audaces. Algunos ejemplos: la apertura de la economía (tarifas parejas del 10%), el sistema de capitalización de pensiones, la liberalización de las tasas de interés y creación del mercado de capitales, el banco central independiente, la autorización para fundar universidades privadas, el CAE (controversial, pero audaz), la liberalización del tipo de cambio, la apertura de la cuenta de capitales, la privatización de las sanitarias, el sistema de concesiones, los fondos concursables para las artes y ciencias, la reforma GES en salud, el pilar solidario en pensiones, la regla fiscal. En contraste, en los últimos 10 años no hubo casi ninguna política que merezca el adjetivo de “audaz”. Diez años de timidez y políticas “malitas” generan resultados pobres y retrocesos en relación con los países a los que aspiramos parecernos aumentaron.
He aquí dos áreas de políticas audaces que ayudarían a retomar el ritmo del periodo 1990-2014. Un proceso de desregulación verdaderamente profundo, donde la maraña de reglas, leyes y regulaciones que se han ido apilando a través de los años sean eliminadas y reemplazadas por un sistema moderno y minimalista que fomente el emprendimiento, y proteja el medio ambiente. Estoy hablando de una verdadera revolución desregulatoria que va mucho más allá de lo planteado por el ministro Nicolás Grau. Al centro del nuevo sistema debiera estar el objetivo de quintuplicar, en los próximos diez años, la capacidad de desalinización de agua. La capacidad exportadora de Chile está íntimamente relacionada con la disponibilidad de agua. Lo segundo es volver al sistema de concesiones de modo de que en 10 años Chile tanga dos o tres puertos entre los 10 más eficientes del mundo. (¿Sabía usted que Valparaíso está en el vergonzoso lugar 188 en el ránking de eficiencia de puertos y San Antonio en el puesto 253?)
Lo anterior es audacia mezclada con puro sentido común. Las cosas son así de simples: sin agua y sin puertos de primer nivel, Chile no tiene ningún futuro.
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