Columna de Sebastián Edwards: ¿Un país más pobre, pero más feliz?
¿Cómo será Chile en el año 2032? Nadie puede responder con certeza. Pero si tuviera que apostar, diría que cuando la nueva constitución cumpla diez años, Chile será un país más pobre, y quizás – solo quizás – un país más feliz.
Cuando digo “más pobre” no hablo en un sentido absoluto, medido en pesos o dólares. Hablo en términos relativos, en relación con lo que pudo haber sido bajo otras circunstancias. Hablo del lugar donde el país hubiera estado si la tendencia orgánica de los últimos y vilipendiados 30 años se hubiera mantenido. (Sí, estoy defendiendo los 30 años, sin complejos ni dobleces ni vacilaciones.)
Mi vaticinio, entonces, es que Chile en diez años estaría en mejores condiciones si hubiera seguido una senda gradual de reformas democratizadoras y modernizadoras. Nótese que no hablo de haber mantenido el estatus quo. Me refiero a reformas necesarias que, por la ineptitud de la centroizquierda y la ceguera suicida de la derecha, no fueron implementadas a tiempo. Es decir, estoy comparando la tendencia actual con un “contrafactual” que solo podemos imaginar.
Creo que Chile también será un país más pobre en comparación con nuestros vecinos. En 2032 ya no estaremos entre los tres países con mayor ingreso en la región, ni entre los tres con los mejores indicadores sociales. Tampoco seremos el país con menores niveles de pobreza o con mejor distribución del ingreso. Estaremos volviendo a nuestros orígenes de país del montón, con un desempeño más bien mediocre.
¿Seremos un país más feliz?
Es posible que lo seamos. Pero no está asegurado.
Hay días de luz en los que creo, lleno de optimismo, que mejoraremos en las áreas que definen la felicidad. Quizás, me digo a mí mismo, seremos un país más amable, más horizontal y descentralizado, más igualitario y con respeto al medio ambiente, menos segregado y más democrático; un país donde las relaciones interpersonales se basen en el respeto y en el principio de la dignidad.
Pero, debo confesar que la euforia y el optimismo me duran poco. Las noches de violencia y de terror, las declaraciones destempladas de algunos constituyentes y la arrogancia de cierta derecha me devuelven a un estado de pesimismo del que me cuesta sacudirme.
En esos momentos de negrura pienso en 1984 de George Orwell, y recuerdo la falta de humanidad de los regímenes de extrema derecha.
En medio de ese pesimismo, me imagino un futuro horrible, un futuro poblado de pequeños Baradit arrogantes y misóginos, disparando cizaña a diestra y siniestra, humillando a mujeres y a adversarios. Visualizo una multitud de Fernando Atria de retórica alambicada, justificando la violencia. Veo, con preocupación, un mundo lleno de José Antonio Kast que exigen la militarización de país. Mi pesadilla está repleta de seguidores de Daniel Jadue que celebran la dictadura cubana. Me imagino todo eso, y me digo a mí mismo que un país así es un país sombrío y dividido, exasperado y sin tolerancia, un país sin alegría, sin felicidad.
Quizás, pienso, nuestro futuro sea el de un país más pobre y menos feliz.
¿En qué momento se torció el destino de Chile? ¿Qué eventos contribuyeron a que la realidad se apartara de mi “contrafactual” imaginario de progreso gradual y continuo, de prosperidad y equidad?
Desde luego, Chile no perdió el rumbo en un solo día. Fue un proceso lento, donde poco a poco las elites fueron alejándose de las personas comunes y corrientes.
Pero si tuviera que elegir un hito, diría que la torcedura empezó cuando el presidente Eduardo Frei Ruiz Tagle decidió defender a Pinochet durante su detención en Londres. Para los ciudadanos fue difícil entender que un gobierno democrático, que se decía de izquierda, hiciera todos los esfuerzos por liberar al Capitán General de las manos de la justicia internacional. Esto alimentó la entonces pequeña hoguera que acusaba a la Concertación de conciliábulos y componendas, de meterse a la cama con la dictadura, de docilidad y temor. Las explicaciones dadas por el presidente y sus ministros de relaciones exteriores sonaron vacuas, y no se condecían con la narrativa que la propia izquierda había urdido y popularizado. ¿Cómo explicar que un gobierno que se quejaba porque Pinochet había dejado una Constitución repleta de “candados” autoritarios, amparara al dictador en cortes extranjeras que no estaban sujetas a esas restricciones jurídicas?
Desde luego hubo otros hitos importantes como la autosegregación de las elites de derecha, la pereza acomodaticia de la centroizquierda, y la incapacidad del segundo gobierno de Piñera de que había sido elegido con votos prestados.