Columna de Sebastián Edwards: Una pésima candidata

Una pésima candidata
Una pésima candidata. REUTERS


Voté por Kámala Harris, sin mayor entusiasmo. Desde el principio pensé que era una mala candidata. Pero, resultó que no era mala. Era una pésima candidata. En el decir de Leonel Sánchez, fue la candidata “más peor” desde que Walter Mondale fuera derrotado por paliza por Ronald Reagan en 1984. En esa oportunidad el ex actor ganó el Colegio Electoral por la insólita cifra de 525 a 13.

En un artículo publicado el 7 de noviembre, el periódico británico Financial Times identificó cinco errores graves cometidos por la vicepresidenta y su campaña. El primero es que nunca quiso (o pudo) despegarse del legado impopular de Joe Biden. El 70% de la población creía que el país iba en la dirección incorrecta. Pero cuando le preguntaron a Kámala qué iba a hacer diferente a Biden, no supo qué responder. Esta visión continuista se vio por primera vez en el programa The View a principios de octubre. Quedaban ocho semanas de campaña, y pudo haber rectificado y desarrollado una perspectiva personal y diferente sobre el futuro. Pero no lo hizo.

Un segundo error fue haber evitado las entrevistas abiertas, sin pauta preestablecida. Ni siquiera quiso hablar con periodistas progresistas que miraban a su candidatura con simpatía. Y cuando lo hizo, los resultados fueron catastróficos. En Filadelfia le preguntaron sobre el alza de los precios de los alimentos, y quisieron saber cómo enfrentaría el problema. En vez de dar una respuesta concreta, recitó, una vez más, la historia de su vida. Durante cinco minutos (lo que en TV es una eternidad), habló de su adolescencia, de la frugalidad de su familia, de su proveniencia de clase media, de su mamá divorciada, de su hermana y de las apreturas financieras durante sus años mozos. Sobre los precios de los alimentos, casi nada.

El tercer error fue haber elegido a un señor bonachón, desconocido, gris, liviano, y sin gravitas como compañero de fórmula. Tim Walz era casi más deficiente que ella. Muchos pensábamos que el candidato a vicepresidente debía ser Josh Shapiro, el gobernador de Pensilvania, un joven abogado enormemente articulado. Pero, Shapiro es judío y Kámala no quiso ofender a los votantes pro-palestinos. (Muchos ya estaban ofendidos por el apoyo de Biden a Israel).

El cuarto error está directamente relacionado con el anterior y tiene que ver con su posición con respecto al Oriente Medio. Nunca definió una estrategia clara de cómo terminar con la guerra, echándose encima a judíos y musulmanes americanos. De hecho, Trump tuvo un apoyo sorprendente de la comunidad musulmana, especialmente en la ciudad de Dearborn, Michigan. (La mayoría de los musulmanes son conservadores en lo valórico y rechazan, con mucha fuerza, la ideología trans en los niños y niñas).

El quinto error fue menospreciar a los votantes populares, a los hombres y mujeres de esfuerzo y de origen humilde que manifestaban preocupación sobre el futuro del país. Personas que querían controlar la inmigración desbocada, y reducir los privilegios de los migrantes ilegales. Kámala se alineó con los progresistas identitarios, con quienes argumentan que todos los blancos son racistas y que deben expiar sus culpas cada día. Miró en menos a la gente sencilla, y pagó por ello. Este error fue agravado en los últimos días de la campaña cuando, en un esfuerzo por ayudarla, Joe Biden dijo que los partidarios de Trump eran una “basura”. De inmediato todos recordamos la frase poco feliz de Hillary Clinton que, hace ocho años, los llamó “deplorables”.

Hay lecciones profundas para la izquierda mundial, incluyendo para la izquierda criolla. Quizás lo primordial es que hoy el clivaje principal no es izquierdas vs derechas, sino que élites vs “el pueblo” o la gente común y corriente. Las élites progresistas, los y las operadores con magísteres y doctorados debajo del brazo, con las más recientes teorías críticas en la punta de la lengua, con manuales del feminismo y lo identitario, están cada vez más alejados/as de lo que durante la revolución francesa se llamó el “estado llano”.

El progresismo global debe dejar la torre de marfil y retomar su contacto con “lo popular”, con la clase trabajadora.

¿Qué significa esto en Chile? La élite progresista debe dejar de hablar con desprecio de “terraplanistas”, de ignorantes, de desclasados, de fachos pobres, de consumistas confundidos e ilusos. La izquierda debe bajarse de los magísteres – muchos de ellos de dudosa calidad – y entender la realidad de las familias de clase trabajadora y clase media aspiracional. Los Giorgio Jackson deben dejar Barcelona e irse a vivir a La Chimba; deben conocer a quienes se ganan el pan de cada día con el sudor de su frente. La izquierda nacional necesita menos Antonia Orellana, y más Camilo Escalona.

También es fundamental reconocer errores. El o la candidata presidencial de la izquierda se debe distanciar de esta administración crecientemente impopular. Claro, esto no es fácil, ya que hay que mantener cierto equilibrio entre la independencia y la lealtad. Pero lo que está claro es que una candidatura de “continuidad” no tiene ningún futuro. Sufrirá un “momento Kámala” y una derrota estrepitosa.

¿Se manifestará este clivaje de “élites vs lo popular” en la segunda vuelta de gobernadores? No lo sé. Pero la disputa por la Región Metropolitana sugiere que la desconfianza del estado llano hacia las élites va en creciente y rápido aumento.