Columna de Sebastián Sichel: De la estupidez a la locura
Imaginemos un país que tiene una gran crisis. Imaginemos que tiene una oportunidad para salvar su democracia. Imaginemos que quienes nos gobiernan tienen en las manos redactar una Constitución que acelere la incorporación del país al desarrollo, incluyendo a toda su población. Ahora imaginemos que se elige a constituyentes que cometen la locura de darse gustitos y un show del proceso, y que la sensatez de los chilenos rechaza ese proyecto. Imaginemos que, de manera increíble, nos damos una nueva oportunidad de hacer las cosas bien. Ahora lo diseñamos bien: con expertos, con el Congreso y con consejeros electos. ¿Sería inimaginable que cometiéramos la locura de equivocarnos otra vez?
Umberto Eco en De la estupidez a la locura, su libro póstumo, reseñaba la modernidad como un período de insensatez, mezcla de obsesiones identitarias y deseos de fama vacua: “Con tal de que alguien nos mire, estaremos dispuestos a todo”. Una exégesis sensata del país en que nos haríamos reflexionar sobre el punto de inflexión en que se encuentra Chile. Y al menos podría definir 3 claves de las cuales depende que no nos quedemos en la mediocridad. (1) Que nuestra economía dé un salto adelante y recupere el crecimiento sobre el 5%, con diversificación y sofisticación productiva con dos focos: terminar con la caída en la productividad y evitar la concentración excesiva. (2) Que corrija de manera urgente las características de Estado fallido: exceso de gasto público capturado por la política -donde este gobierno ha sido un “campeón”-, ausencia de estrategia de seguridad frente al narcotráfico y débil protección de nuestra soberanía territorial frente al terrorismo o la inmigración ilegal. (3) Que se acabe con la política basada en minorías -con Republicanos y el FA como referentes- y el sistema político tienda a la construcción de grandes mayorías. Mientras la sensatez de Hutt, la razonabilidad de Eluchans y Becker o la prudencia de Valle buscan lograr acuerdos y ser rigurosos en la mezcla entre las decisiones políticas y técnicas, otra gran mayoría de los consejeros ha hecho del debate constitucional una gran mentira: haciéndonos creer que Chile se juega en la redacción del “quién o qué” está por nacer, en el doble impuesto que se paga por las casas (IVA y contribuciones), en el deporte nacional, en el fin de las isapres o las AFP, o en ¿quién concesiona las playas?
Hartmut Rosa dice que la locura de nuestra época responde a una ansia de inmediatez que nos aliena y nos impide la reflexión. La ansia de inmediatez de algunos de los actuales consejeros nos está condenando. Urge repudiar el delirio de aquellos que compiten por echar abajo el proceso sin saber cómo ni por dónde seguir. O que lo usan para darle “guiños” a su electorado a costa de su potencial rechazo. La centroderecha no puede equivocarse otra vez -como en primera vuelta- y dejarse seducir por los cantos de sirena de Republicanos: aquí no está en juego el electorado de derecha ni un tercio de los votos. Se juega el devenir histórico del país y su gobernabilidad. Se necesita la sensatez de construir grandes mayorías para aprobar un nuevo texto.
Pocos sectores políticos se han enfrentado a decisiones tan claves: hacer lo que manda la ansiedad del corto plazo o lo correcto. El costo de hacer lo incorrecto es hundir al país para siempre en el fracaso. Es Chile lo que se juega, no la hegemonía dentro de un sector. Ya vivimos en las huellas del primer naufragio de esa competencia en la izquierda: un rechazo radical. No es hora de que cometa el mismo error la derecha. ¿Se imagina un país con un proceso constitucional permanentemente abierto? Sería una locura y el fracaso. Tan inimaginable como un país que lo gobierne solo un tercio. Y ahí estamos hoy. Ojalá impere la cordura.
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