Columna de Sebastián Sichel: Un VIP

Maite Orsini
Foto: Dedvi Missene


Este verano quedé agotado de escuchar a Bad Bunny cantando: un VIP, un VIP selfie… Desde chico me despertaron curiosidad esos sectores exclusivos -los VIP- donde sólo algunos podían entrar y sentir que en el mismo lugar -el aeropuerto, una discotheque- eran superiores que el resto. En Chile esta exclusividad tiene millones de expresiones subjetivas: desde usar apellidos para demostrar linaje –En Siútico de Contardo hay una hilarante historia de un empresario desesperado porque un diario le pusiera su segundo apellido- pasando por mostrar el colegio como una tribu que olfatea orígenes, hasta desviaciones lingüísticas sociales -”pollera o falda” o decir o no “provecho” o ir al “teatro o al cine”.

La evolución ha demostrado que la gran lucha del hombre es por la construcción de su identidad individual en base a su pertenencia, una comunidad. El problema se genera cuando esa comunidad se empieza a sentir mejor a otros no por mérito, sino por patrones identitarios. Esa idea fue el caldo de cultivo para el fascismo y el marxismo en el siglo pasado y el nuevo mantra de los proyectos autoritarios en Chile: “Nosotros somos mejores que el resto”. Parte de esta tragedia se ha tomado a las empresas en Chile, donde redes de amistad, parentesco y compadrazgo escolar priman muchas veces por sobre las capacidades e impulsan endogamia y concentración.

El desastre mayor, sin embargo, ocurre cuando la política se transforma en un gigantesco VIP. La construcción de la democracia en Grecia –con Clístenes- se basó en la destrucción de las redes de parentesco o compadrazgo como líneas de unión material del poder, para entregar la civilidad a la ecclesia o asamblea de la ciudad: donde todos participaban. Por la misma razón la democracia liberal derrotó a monarquías y dictaduras: hizo de la política el espacio que deja atrás el ejercicio de la violencia sustentada en jerarquías de relación o parentesco, para hacer del poder un espacio común donde las reglas estén definidas no por obediencia, sino por representación.

Hannah Arendt dice que la ruina de la política empieza cuando los cuerpos políticos se desarrollan a partir de la familia, lo que en sociedades segmentadas se extiende a los amigos. Nuestras élites en el poder pasan a sentirse dentro de un VIP. Es lo que está pasando con el Frente Amplio/PC, han creado un nuevo club con códigos, parentescos, relaciones, estándares y una moral propia. Y han gatillado la polarización y enfrentamiento con quienes no son parte de ese club. A veces ostentando ese poder, como con el bullying sobre el socialismo democrático o la sardónica interpretación sobre los resultados del plebiscito y el “engaño” al pueblo; a veces usando sus redes para privilegiar a cercanos.

Así se entiende a Mateluna, recibiendo el indulto de Boric: tuvo acceso y redes para que el Presidente escuchara su versión de sus actos terroristas. Por la misma razón la diputada Orsini llamó a Carabineros para ayudar a su amigo futbolista, y Jackson sentía que donaba su dieta cuando financiaba su partido. Eran parte de un VIP. Lo cierto que ni sus partidos, ni Jorge Valdivia, ni Mateluna, ni los indultados, eran desvalidos que necesitaban de la política y el poder para lograr justicia. Eran lo contrario: privilegiados que tenían en su lista de contactos a eminentes funcionarios del gobierno dispuestos a saltarse la fila para apoyarlos. Ejercieron el poder cambiando el curso de las decisiones institucionales y provocando injusticia. ¿O creían que el resto de los chilenos tienen a una diputada para interceder por ellos en un control de identidad?, ¿o que alguien sin filiación política pudo ser indultado por Boric? Abusan de su poder sin tomar conciencia de sus privilegios. ¿Ministros mal evaluados pero cercanos?, ¡VIP del asado del domingo -selfie!, más allá de lo que hagan en sus cargos.

Los liberales desconfiamos del poder porque sabemos que son personas quienes lo ejercen. Porque no queremos que lo secuestren tribus extremas: esperamos un Estado que proteja la justicia, no a los privilegiados que rodean el poder. El Estado no es una entelequia amoral: tiene rostro y forma de quienes ejercen la burocracia. No es la moral de quienes están en el poder lo que garantiza nuestra libertad, es el Estado de derecho y las instituciones que impiden la concentración del poder, es el combate a los autoritarismos y la denuncia de la falsa superioridad moral de los que se creen ángeles, pero ejercen el poder como bandoleros. Es la necesidad de recuperar el ejercicio del poder impersonal del que hablaba Portales y de mantener el Leviatán encadenado -que señalan Acemoglu y Robinson en El Pasillo Estrecho-, porque quienes ejercen el poder hoy, parecen tentados a hacerlo dándose gustos personales. Lo cierto es que al igual que Bad Bunny, los del FA /PC también han ido creando su propio VIP: say cheese… Saluden a Gabriel.