Columna de Sebastián Sichel: Zapata, si no gana, empata

LA MONEDA: 30 de noviembre 2022
AGENCIAUNO


El Presidente llamó a “desdramatizar” que el fiscal nacional escogido por su gobierno fuera rechazado con los votos de su propia coalición. No cree que haya sido un error. Me acordé de la vieja historia de Calígula que en su desesperación por no poder invadir Britania, ideó un plan para esconder su derrota: ordenó a sus tropas recoger conchas marinas y regresó a Roma mostrándolas como evidencia de haber derrotado al mismo dios Júpiter.

La porfiada evidencia en ambos casos demuestra que no importa cuánto se adornen los errores, la derrota es un fracaso en la medida en que no la aceptamos. ¿Está el gobierno en un problema político? Sin duda, porque todavía no es capaz de entender en qué se equivoca y menos enmendar sus errores, por eso se encuentra paralizado. Por ejemplo, en materia previsional: ¿Se puede confiar en que un sector de izquierda no tomará el 6% adicional si pasa a un administrador estatal, si antes impulsó retiros en época electoral? ¿Volverían a romper la protección social para ganar una elección o se arrepienten de haberlo hecho antes? ¿Tienen conciencia de que un cuarto de la inflación actual que sufrimos fue por esto?

Pensemos en otro ejemplo respecto de su debilidad para controlar la violencia: ¿Tendrán preclaro el efecto legitimador de la violencia y el daño al respeto al Estado de Derecho que hicieron sus ofensas a Carabineros o sus promesas de indultos? ¿Creerán que basta decir que ahora respaldan a las instituciones sin reconocer la tragedia de no haberlo hecho antes? O quizás algo más simple sobre su relación con la oposición, su coalición y de encontrar consensos: ¿Entenderán el daño a la convivencia política de su soberbia? ¿Entenderán la relación causa-efecto que hay entre su actuación política, la actual polarización y su imposibilidad de construir acuerdos? ¿Asumirán la culpa de haber llevado al fracaso el proceso constitucional por falta de voluntad de dialogar y dejar que su sector se diera gustitos?

No es baladí cada una de estas respuestas, porque en ellas descansa su falta de credibilidad. Porque han sido incapaces de explicar esos errores más allá de en algunos casos pedir perdón. El riesgo es que esos perdones sin respuestas se parezcan a cofres de conchas orientadas a tapar sus propios fracasos, y no fórmulas para hacer ahora las cosas bien.

Boric hace algunos días dijo que si su generación política -Vallejo, Jackson, Cariola, él- lograba ser recordada en la historia como Aylwin y otros, habrán cumplido su objetivo. Nunca la comparación pudo ser más odiosa. La generación que lideró Aylwin tuvo el coraje de comprender las causas que nos hicieron perder la democracia: el maximalismo, la seducción de la violencia, la falta de acuerdos y la trampa del autoritarismo; y les sobró valentía para corregir esos errores y no volver a cometerlos. Es un ejercicio de humildad republicana sin precedentes, a pesar de termocéfalos de izquierda y derecha que querían que fracasaran. Se pusieron la obligación moral de hacer las cosas de manera distinta: buscando lo posible y validando al opositor como un contradictor legítimo.

Esa vieja generación tenía plena conciencia de que la historia no los iba a recordar por sus palabras o la obsesión por la trascendencia –a esta altura resulta patética la actitud de una generación frenteamplista que ve todo lo que hace como “histórico”-, sino que por el valor de sus obras, la racionalidad de sus decisiones, el respeto irrestricto al Estado de Derecho, la condena a la violencia y la capacidad de enmendar errores.

Sería bueno que el gobierno aprendiera rápido que la política -como decía Groucho Marx- no puede seguir siendo el arte de hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados. Sino de hacer las cosas bien. O parafraseando a Patricio Aylwin, tener fortaleza para hacer las cosas posibles. Y deberían partir por dejar de actuar como Zapata, que cada vez que no gana, dice que empata.

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